Cuando el ejército ruso atacó a Ucrania, el 24 de febrero de 2022, Víctor Kosakovski envió un mensaje a su colega documentalista ucraniano Sergei Loznitsa, pidiéndole perdón: «Aceptaré cualquier castigo, todos los rusos somos culpables, compartimos la culpa no haber detenido a Putin a tiempo». Ahora acude a la Berlinale con su documental 'Architecton', en el que Kosakovski mueve la cámara del dron lentamente a lo largo de las fachadas de casas destruidas en Ucrania. «Las bombas rusas destrozaron casas, hirieron bloques de apartamentos y destruyeron ciudades», explica el prólogo de la película, «las ruinas dicen mucho porque te permiten ver de qué dirección vinieron las bombas, así sabes quién tiene la culpa de la destrucción». Kosakovski nació en San Petersburgo en 1961, pero ha vivido en Berlín durante los últimos 15 años, huyendo del gobierno de Putin. En Berlín ha profundizado en su cine moralista. «Cuando ruedo quiero como resultado obras elocuentemente poderosas, sin palabras, pero que digan mucho», explica su personalísimo cine. En 'Gunda' (Berlinale 2020) despertó empatía por un cerdo reproductor para crianza y sus lechones, que finalmente fueron transportados como animales de matanza, y en 'Architecton' habla «de piedras, rocas y cemento» para mostrar «la destrucción de la tierra por el objetivo de construir más y más ciudades». Relata la historia de la construcción humana desde un punto de vista muy crítico y un tanto apocalíptico. «Si tenemos que construir, que podemos cuestionar eso, debemos ver cómo lo hacemos, y lo hacemos mal. El complejo del templo de Baalbek, que tiene más de 2.000 años y pesa mil toneladas, siegue en pie porque fue bien hecho, pero los edificios de hormigón contemporáneos duran como máximo 50 años. El cemento con el que ahora construimos es de muy poca perdurabilidad, sobre todo en relación con su impacto ecológico: en su producción se emite el 8% de las emisiones de CO2 del de todo mundo», denuncia. Recuerda que tuvo la idea de hacer esta película pensando en 'Tempelhofer Feld'. «Era un espacio cerca de mi casa en Berlín, donde se planteaba el dilema: el planeta necesita espacios abiertos y subdesarrollados para sobrevivir, pero al mismo tiempo, la creciente población mundial necesita cada vez más espacio para viviendas». La cámara vuela a través de un hueco arrancado de un edificio residencial ucraniano, luego trepa por la hendidura en el costado de otro, notando la ropa que aún cuelga en el armario de una habitación cortada por la mitad. Pasamos a una vista de un enorme monolito antiguo con una superficie desgastada que parece viva, como piel de elefante. Después, un desprendimiento de rocas interpretado a cámara lenta, en tres encuadres sucesivos en los que enormes bloques, liberados de su sueño geológico, caen en un flujo líquido. Técnicamente, el director ruso destaca la ayuda del director de fotografía Ben Bernhard. La música como de otro mundo, de Evgueni Galperine (concebida como un álbum independiente, 'Theory of Becoming', en 2022), también juega un importante papel. «La tesis es que vivimos en una era de estructuras mal construidas diseñadas para durar, como máximo, medio siglo. Una secuencia hacia el final muestra incluso la demolición de todo un distrito de la ciudad», explica al hacer referencia a la intencionalidad del film. «Tenemos que repensar las ciudades y visualizar sus objetivos, que no son la comunión entre sus habitantes, sino a menudo el enfrentamiento o el mero beneficio económico de agentes externos a la comunidad». «Las montañas se explotan en canteras gigantes y se trituran hasta convertirlas en cantos rodados para producir cemento para el hormigón, el material de construcción más importante en la actualidad. En pocas décadas se convierte en material de derribo», lamenta. «Con este documental quiero reflexionar sobre el hecho de que eliminamos montañas para terminar produciendo montañas de desechos».
