Si el avión de “La sociedad de la nieve”, de Juan Antonio Bayona, se estrellara en 2024 en el mismo valle de los Andes y en la misma época del año, sus protagonistas se habrían encontrado un escenario mucho menos crudo para la supervivencia como consecuencia del cambio climático. “Es probable que en el lugar hubiese habido nieve, pero con un espesor menor y probablemente se hubiese derretido al menos un mes antes”, asegura Raúl Cordero, climatólogo de la universidades de Groninga y Santiago de Chile. “Si cayeran ahora, a lo mejor se les iba enseguida la nieve; habría sido un desenlace muy diferente”.
Con su experiencia, Cordero es una de las personas que mejor puede responder a la pregunta de cuáles son los efectos reales del cambio climático sobre la zona de los Andes donde en 1972 se estrelló un avión con 45 pasajeros, de los que solo 16 lograron sobrevivir después de 72 días. Él y su equipo publicaron en 2019 un artículo en la revista Scientific Reports en el que analizaron las imágenes del satélite en la cordillera andina entre 1986 y 2018 y constataron la reducción de las precipitaciones de nieve. “Justo ahora estamos actualizando los datos hasta 2023”, informa. “Desgraciadamente, se mantiene la misma tendencia, una caída muy pronunciada en la cobertura promedio de nieve”.
El éxito de la película de Bayona en Netflix ha llevado a muchos espectadores a buscar información sobre el lugar exacto en que se produjo el accidente en octubre de 1972 en los Andes y a extraer conclusiones erróneas. “Vi ‘La sociedad de la nieve’ y lo que más me impresionó fue enterarme de que en la zona del accidente ya no hay nada de nieve por el cambio climático”, dice uno de los muchos mensajes en redes sociales sobre el tema.
Lo que dicen este y otros comentaristas, sin embargo, es falso. Salvo momentos puntuales, el lugar del accidente, ubicado a 3.500 metros de altitud, sigue teniendo nieve en invierno y temperaturas muy bajas. La confusión viene porque se están comparando imágenes tomadas en primavera o verano con imágenes del accidente, que se produjo en el invierno austral. Y lo mismo pasa si se acude a Google Maps, donde el 'Valle de las lágrimas' aparece como un pedregal despejado de nieve debido a que se fotografió en marzo de 2023, que corresponde al comienzo del otoño.
“En redes sociales la gente acostumbra a poner una foto de cuando los rescataron y otra del verano, cuando no hay nada de nieve”, explica Cordero. “Una sola imagen no te permite comparar, pero es verdad que se ha perdido una cobertura nival muy grande”. Por otro lado, indica, en 1972 el evento de El Niño contribuyó a una primavera con más precipitaciones de nieve de lo normal. “Por eso tenían nieve hasta cuando los rescataron en diciembre”, asegura.
La zona donde se estrelló el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya sigue siendo un lugar de difícil acceso, en el que aún quedan restos del fuselaje dispersados por el terreno y una cruz de homenaje a los fallecidos en el accidente. A pesar de la dificultad, decenas de turistas llegan hasta este lugar cada año a pie o en mula en excursiones que duran tres o cuatro días organizadas por varias empresas bajo la supervisión de Turismo de Mendoza, dado que se encuentra en territorio argentino, muy cerca de la frontera con Chile.
“Normalmente en los inviernos suele haber bastante nieve en el 'Valle de las lágrimas', aún en la actualidad”, confirma a elDiario.es Sebastián Tetilla, uno de los guías locales que sube habitualmente hasta la zona acompañando a grupos. “De hecho, este año recién se ha podido despejar el camino, hasta principios de enero no se podía llegar con los caballos hasta el lugar donde están los restos del avión de los uruguayos”. El guía confirma que no todos los inviernos hay la misma cantidad de nieve y que, aunque la tendencia es a la baja, los últimos dos o tres años ha habido más que de costumbre. Pero más allá de los variaciones anuales, lo que es notable es el retroceso de los glaciares. “Verano a verano se ve cada vez más disminuida la masa glaciar, lo que se llaman las nieves eternas", asegura. "Los glaciares cada vez son más chicos, se ve más roca madre, se ve más agrietado con menos superficie nevada. Ese retroceso es una realidad, eso no es discutible”.
Por este motivo el climatólogo Raúl Cordero cree que en las condiciones actuales a los supervivientes les habría resultado un poco más fácil descender en busca de ayuda hasta los valles. “Habrían tenido por lo menos un grado más de temperatura de promedio”, señala. “Ese grado hace una diferencia gigante. Habrían tenido unos días de frío, pero probablemente habrían tenido menos nieve y menos frío”. En cualquier caso, advierte, esta circunstancia hipotética no debe ser interpretada como una buena noticia, sino como un dato revelador de cómo ha cambiado el clima.
Maximiliano Viale, meteorólogo del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), ha estudiado con detalle las condiciones meteorológicas de los 72 días que duró la odisea de los supervivientes del vuelo 571 y también está seguro de que, de haberse producido en las condiciones actuales, el entorno habría sido mas benévolo porque el derretimiento es más rápido y las temperaturas son más altas. “Si se miran las gráficas de lo ocurrido en un valle contiguo, hay variaciones puntuales de hasta cinco grados hacia arriba en las temperaturas actuales”, asegura.
Se de la circunstancia paradójica de que la abundancia de nieve de 1972, debida al fenómeno de El Niño, les salvó de chocar contra las rocas, que habría producido un desenlace muy diferente. En invierno de 2023 el valle también recibió abundante nieve —apunta Viale— pero, al estar bajo el efecto del calentamiento, duró mucho menos y habrían podido bajar mucho antes de la montaña en busca de ayuda. Por otro lado, y para entender la complejidad de este tipo de especulaciones, habría jugado en su contra que las rocas de la montaña por la que subieron Nando Parrado y Roberto Canessa para encontrar ayuda son más difíciles de escalar sin nieve que con ella.
Lo que muestran con claridad los datos del satélite Landsat es que en los Andes la cobertura de nieve está disminuyendo. Eso es habitual en todo el mundo, pues la nieve estacional se derrite más rápido por la temperatura global más alta. “Pero en esta zona la bajada de la cobertura nival es mucho más agresiva, porque no solo hace más calor, y la nieve se derrite antes, sino que además cae menos nieve”, apunta Cordero. Esta es una zona que en los últimos 15 años ha sido afectada por una “megasequía”. “Y eso significa que la caída de las precipitaciones ha sido de tal magnitud que se ha perdido un tercio de la cobertura nival típica que esa zona tenía”, recalca el experto.
“La moraleja es que la nieve estacional está cayendo en Chile a velocidades inusitadas”, indica Cordero en conversación desde su despacho en la Universidad de Groninga. “Probablemente el declive de la cobertura nival promedio es de las más altas del mundo, se está produciendo a una velocidad que no se conoce en otras zonas del planeta”. Y aunque los fenómenos como El Niño y La Niña tienen efectos cíclicos en el clima de esta zona del planeta, en este caso prácticamente todo el efecto es atribuible al calentamiento global, según el especialista.
“Hasta la década los 80 estaba más o menos estable, pero a partir de ahí empieza a haber una reducción extraordinaria en la cobertura de nieve, que se acentuó en los últimos 15 años”, comenta. Lo que sucede es que con el calentamiento global se han distribuido los patrones de precipitación y hay zonas del mundo que se están secando y zonas donde está lloviendo mucho más, como los trópicos. “Hay ciertas zonas que se están secando, las zonas que se llaman el Mediterráneo global”, sostiene. Eso incluye a España, Italia y el norte de África, pero también el sur de California o la zona central de Chile. “Es decir, las zonas donde se hace vino”, explica Cordero. “El efecto del cambio climático es hacer que el verano se extienda, de modo que devora la estación intermedia que permitía esas cosechas ”.
Lo que interesa a los científicos, y lo que estudian climatólogos como Raúl Cordero, son los efectos de esta menor precipitación de nieve en los Andes en la población que vive en los valles. Porque el agua que beben los 15 millones de chilenos que viven en la zona central del país procede de los ríos formados por la nieve que se derrite. “El caudal de esos ríos es relativamente pobre en invierno”, señala Cordero. “El pico se produce en verano, por el derretimiento de la nieve estacional. Por resumirlo, los chilenos beben nieve”. Por este motivo, indica, la desaparición de esta nieve estacional pone en riesgo el abastecimiento de agua de las grandes ciudades de la zona central, después de que hace tiempo las zonas rurales quedaran sin agua para el consumo y la agricultura.
Para conocer mejor el impacto del calentamiento, Cordero y su equipo utilizan los datos de una estación de monitoreo nival situada a 2.600 metros de altitud frente a Santiago de Chile, un poco más abajo de la zona en la que tuvo lugar el accidente y donde están los centros de esquí en Chile. “Ahí también tenemos vídeos que muestran cómo cae nieve pero no dura; cae y en dos o tres días desaparece”, relata el climatólogo.
En una secuencia grabada en agosto de 2023 se ve claramente el efecto de un ola de calor en invierno en estas cumbres. “En la ciudad la gente estaba feliz porque estaban a 26ºC, pero en la cordillera estaban a más de 15ºC y la nieve estacional desapareció por debajo de los 3.000 metros en pocos días. ¡En agosto! —exclama— ¡En pleno invierno austral! Es una cosa extraordinaria. Si les llega a tocar al equipo de rugby esta situación, en pocos días se les habría despejado la nieve”.
Lo peor es que lo que viene de cara al futuro, en este escenario de crisis global, es muy poco alentador. Según el especialista, lo más probable es que de aquí a mediados de siglo la nieve en los Andes esté limitada a las cotas más altas, a elevaciones grandes. En 2050 la nieve estacional por debajo de los 4.000 metros probablemente no persista hasta la primavera, sino que caerá y se derretirá enseguida, afirma. “Lo que ya está pasando es que esa nieve persiste mucho menos tiempo, no llega al verano, comienza a derretirse mucho antes. Lo más probable es que en el futuro en esa zona tengas incluso lluvia, y no nieve”.
Para Cordero, la lección más interesante de todo este asunto es lo que ha cambiado el mundo en 50 años. “Muchos de los supervivientes de este accidente están vivos y lo increíble es que con mucha seguridad si los llevas ahora [hasta ese lugar] van a ser capaces de reconocer cómo ha cambiado el clima”, reflexiona. Y esto es algo que otras generaciones anteriores no han experimentado. “Los cambios se han producido de una forma tan extraordinariamente acelerada en las últimas décadas, que nosotros nacemos con un clima y nos morimos con otro", asevera. "No es un simple cambio de estación”.
Es el caso del propio investigador, que nació hace 50 años en Ecuador, pero lleva más de 25 viviendo en Chile. “El clima con el que yo crecí no existe, y eso le pasa a muchos habitantes de la zona central de Chile, donde hace dos o tres décadas tenían inviernos normales en los que llovía”, resume Cordero. “Ahora, simplemente ese no es el caso. Y hay algunas otras regiones del mundo, incluida España, donde también hay mucha gente que lo puede notar ya: el paisaje es diferente”.