Así como me encanta la Navidad, la fiesta del afecto, nunca me ha gustado mucho la Nochevieja, quizá porque desde pequeño no acabo de encontrarle sentido a eso de celebrar el paso del tiempo. O por ese punto hortera de las serpentinas, los taponazos de cava, los petardos y demás efectismos pirotécnicos. La paso como mejor puedo, rodeado de personas cercanas y de sentimientos sinceros; tampoco me veo abrazando a desconocidos en medio de la para mí incomprensible euforia por el año nuevo. Pero bueno, tampoco es una tragedia tomarse las uvas y pedir –aunque no sepas a qué ni a quién– algún deseo que conjure ese momento en que la perspectiva de los días que te alcanzan produce un...
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