Su cuerpo menudo no alcanzó a cruzar la meta del año. Poco antes de las campanadas de Nochevieja, Isabel Steva Hernández, más conocida como Colita, barcelonesa de 83 años, exhalaba su último aliento tras una larga vida dedicada a la fotografía, con especial atención hacia el mundo del flamenco. Una pasión que plasmó en trabajos como Luces y sombras del flamenco, junto a José Manuel Caballero Bonald, y Carmen Amaya, con textos de Ana María Moix y Francisco Hidalgo. No obstante, su curiosidad abarcó infinidad de aspectos, siempre con una mirada profundamente humana y esa naturalidad que era su sello personal. En septiembre de 2022 expuso una parte de su obra en la Bienal de Sevilla, y compartió con elDiario.es Andalucía recuerdos y reflexiones.
Ahora es muy normal, pero cuando usted empezó había muy pocas mujeres fotógrafas, ¿no? Estaba Juana…
Estaba Juana Biarnes, que yo la recuperé en una exposición en Barcelona de mujeres fotógrafas pioneras, y la di a conocer. Una profesional comme il faut. Y estábamos también Montse Faixat, que retrataba sobre todo a gente del teatro, y yo.
Y era un momento de boom de fotógrafos.
Sí, eran todos buenísimos. Catalá Roca, el maestro; Oriol Maspons, mi maestro; Xavier Miserachs, con el cual yo trabajé un año. Ramón Masats, íntimo amigo mío y un fotógrafo tremendo. Luego Pérez Siquier, los del Sur… Y yo era la pequeña, la benjamina. Siempre me educaron y me ayudaron. En este aspecto, con mis maestros no tengo queja.
¿No había paternalismos, ni superioridad…?
Nada en absoluto. Yo trabajaba mucho en el estudio de Oriol, por ejemplo, y cuando tenía una duda o un problema, se lo consultaba a ellos. Eran mis amigos.
Y cuando entró en el flamenco, ¿era un hándicap ser mujer, ser paya, ser burguesa…?
Para mí no.
¿Y para ellos?
No lo sé. Piensa que yo viajaba con el paraguas de Carmen Amaya. Y Carmen Amaya para los flamencos era una santa, una diosa. Y yo había sido amiga de ella, con todos los respetos, le traía el café y el tabaco, la había retratado, la conocía, había estado en su casa catorce veces. Ese era el paraguas que abría todas las puertas de las casas del flamenco. Después trabajaba mucho con Paco Reves, que en aquella época llevaba a La Singla. Llevaba un bagaje ya importante que me facilitaba las cosas. Y luego era súper amiga de Pepe Caballero Bonald, que me hizo el texto de Luces y sombras del flamenco. Yo iba con unos salvoconductos que no solo no me crearon nunca jamás ningún problema, todo lo contrario.
Sabemos que el duende no se puede explicar, pero, ¿se puede fotografiar?
Sí. Ese momento mágico, cada cual lo siente de una manera diferente, pero sabes que está pasando algo importante, y eso se transmite en una fotografía. La alegría… sí, sí, se puede transmitir.
Ramón Masats me contó que cuando creía que tenía una buena foto, lo sentía físicamente, en el pecho. ¿Usted ha sentido algo parecido?
Más o menos. Sientes una tranquilidad, una paz, porque sabes que ya la tienes, ya has ganado la partida.
Antes de revelarla, por supuesto…
Sí, sí, es ese momento de clack, ¡ya la tengo! A no ser que pase una desgracia horrorosa en el laboratorio, que también me ha pasado, también.
El propio Caballero Bonald o Fernando Quiñones acabaron apartándose un poco del flamenco porque decían que era un mundo muy nocturno, muy alcohólico. ¿Usted lo ha vivido así?
Yo lo he vivido de día, y lo he vivido de noche. Y el que quiere beber, bebe, y el que no, no. Todas las fotos que hice me tomé unas cervezas con la gente, pero nada más. Te invitaban y blablablá, pero si no querías, no tenías que ir más lejos. Entre beberse dos copas o beberse una botella, hay todo un… A Caballero Bonald no lo he visto nunca borracho, ni a Paco Reves tampoco… ¡Ni a Gades, no lo he visto bebido nunca, nunca!
Bueno, usted trató a los poetas de la época en Barcelona, y ahí sí había grandes bebedores.
Sí, sí, y perdona, yo en Bocaccio también era un personaje. No soy precisamente de la cruzada antialcohólica. Pero que eso fuera porque sí, no. Porque La Piriñaca, pobrecita mía, quizá tenía una botella de vino en su casa, pero eso era todo. Esto forma parte de la leyenda maldita, a la cual todos contribuimos un poco, con alegría.
Aquellos poetas y flamencos, ¿podían estar unidos en aquel tiempo, además de por la noche, por la búsqueda de la libertad?
Sí, aunque hay una parte de idea romántica en relacionar noche y libertad. La gente bebíamos, salíamos, nos evadíamos. Eso ocurría. Pero el mundo del flamenco no era solo eso. Las mujeres del flamenco, desde luego, no bebían, y eran muchas.
Ahora parece que Andalucía y Cataluña son dos galaxias muy distantes…
Eso es asqueroso.
… Pero siempre hemos estado muy cerca, ¿no?
Muy cerca, siempre. De repente, han llegado al poder una serie de personas fanáticas y mediocres, que es lo peor que nos puede pasar en la vida, y han convertido a Cataluña en una cosa que no es. Y no sé cuándo volveremos a recobrar la cordura, de verdad. Ojalá sea pronto.
¿Se ha llegado a un punto crítico?
Se ha llegado a un punto de “¡pero de qué vais!” No, yo nunca he sido así. Cuantos más seamos, más reiremos. Y me gusta ser universal. Y siento curiosidad por todo, gracias a dios. Entonces a mí todo este rollo… no.
Ahora que se retira Serrat, gran amigo suyo, uno piensa por un momento qué habría sido de nosotros como españoles sin esa música, sin esa figura. ¿Usted se lo imagina?
Nos faltaría un padre. Yo lo adoro, a Juan. Le he hecho portadas de discos, hemos trabajado mucho, y es un amigo excelente donde los haya. Y su actitud política me ha gustado mucho siempre. Es un hombre además que estuvo exiliado, joder. Me alegro de que se retire porque ya tiene edad de retirarse y dejar de hacer la cabra por ahí.
Volviendo a Masats, me contó que había dejado la fotografía por completo, ¿Eso es posible?
Sí, yo también.
Él no recordaba cuál era su última foto, ¿y usted?
No… Seguramente una foto de mi perro [risas] Ahora trabajo con el director de mi archivo, Francesc [Polop], que es uno de los comisarios de la exposición de la Bienal junto a Julio, y me dedico a mover el archivo, venir aquí, hablar contigo.
Ya ha hecho bastante.
Ya he hecho bastante, y ya no me saldría como me salía antes, así que para qué voy a hacer el ridículo. Yo ya hice lo que tenía que hacer.