Cualquiera que me conozca lo sabe:
mi pelo es mi templo. Invierto mucho tiempo de mi vida (y dinero) en mantenerlo siempre a punto y perfecto para cada ocasión. Utilizo
champús, mascarillas y acondicionadores que me han recomendado estilistas con muchos años de experiencia,
evito el secador y la plancha siempre que puedo –aunque cuando los uso jamás se me olvida el protector térmico– y un largo etcétera.
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