Entre la propaganda nazi que le cantaba como un agresivo líder y la de británicos y franceses que le describían como un psicópata irresponsable, la figura de Guillermo II de Alemania ha sido horriblemente mutilada y llevada a cotas caricaturescas. Su personalidad volcánica y su falta de miras políticas parecen darles la razón si se estudia desde fuera. Pocos historiadores se han tomado la molestia, como Christopher Clark en 'El káiser Guillermo II: Una vida en el poder' (La Esfera de los libros, 2023), de mirarle desde cerca, desde el corazón mismo de un imperio que había sido muy admirado antes de la Gran Guerra. La contienda hizo olvidar los logros de aquella Alemania elogiada por su eficiencia y su pujanza económica y cultural tras un potente auge tecnológico e industrial desarrollado entre 1871 y 1914 gracias a la inversión estatal. Cuna de pensadores, pintores y científicos, Guillermo pretendió estar siempre en el centro de todos esos avances, aunque no siempre lo consiguió ni le interesó lo suficiente. Sí supo ver en la ciencia un pilar de su imperio y la mejor imagen para proyectarse como la encarnación de un estado moderno, tecnológica e intelectualmente más avanzado. Las bombas derrumbaron la fachada tan cuidadosamente levantada... Noticia Relacionada estandar No Los misteriosos orígenes del euskera: la lengua que el fundador del PNV no quería que hablaran los maquetos César Cervera Las raíces de la lengua vasca están envueltos en grandes cantidades de mitos, controversia y leyendas que ningún filólogo termina de resolver La Primera Guerra Mundial desató el belicismo alemán que Bismark, tirando de sutileza y de equilibrios cruzados, había contenido durante décadas. La agresiva política exterior destinada a reclamar su «lugar bajo el Sol» como nueva potencia mundial confluyó en el estallido de una guerra desconocida en Europa que, en última instancia, devino en una derrota alemana más en los despachos que en los campos de batalla. No obstante, el libro demuestra que Guillermo fue, más que el causante del conflicto como siempre se le atribuye, uno de los pocos líderes europeos que trató de desandar el camino a través de sus pacíficas internacionales para apagar la crisis de los Balcanes o mantener su compromiso, expresado ya en 1888, de «paz con todo el mundo siempre que sea posible». Además, fue el que más se opuso en la cúpula militar alemana al uso de una guerra submarina sin restricción. Frente a la propaganda que lo define como un eslabón perdido entre el nacionalismo alemán decimonónico y el nazismo, un «sádico», «un matón», «un loco pomposo», el autor de 'Sonámbulos' y 'El reino de hierro' dibuja un monarca inteligente pero de escaso juicio, arranques torpes, temeroso, inseguro e impulsivo como reacción a su sensación de debilidad. «Elegía una idea, se entusiasmaba con ella, se aburría o se desanimaba, y la abandonaba. Se enfadaba con el Zar una semana pero se enamoraba de él a la siguiente. Reaccionaba con furia ante lo que creía que eran desaires o provocaciones, pero entraba en pánico ante la idea de una verdadera confrontación o conflicto». «Se enfadaba con el zar una semana pero se enamoraba de él a la siguiente» Clark reflexiona en las páginas de 'El káiser Guillermo II' sobre el papel del monarca prusiano en el devenir de los acontecimientos. El káiser no intervino tanto en política como se suele entender por su hiper protagonismo. La guerra no hizo sino cercionar su poder. Día a día, semana a semana, fue progresivamente apartado por la cúpula militar de la toma de decisiones. A pesar de su título de caudillo, fue excluido de cualquier papel activo en el programa de guerra y él fue incapaz de ejercer de bisagra constitucional entre las autoridades civiles y militares. Fue, en general, incapaz de ser el líder que necesitaba su país en sus instantes más oscuros. Caricatura de los líderes mundiales repartiéndose China. «El cargo de emperador estaba dotado de amplias prerrogativas ejecutivas, pero que las pudiera ejercer, y cómo y en qué medida, dependía de variables que estaban bajo su control solo parcialmente o no lo estaba en absoluto», señala en su obra este profesor de Historia de la Universidad de Cambridge . La aparatosa autoridad que mostraba en la esfera pública no correspondía para nada con su peso en un sistema lleno de complejidad y recovecos. Con el nombramiento de Hindenburg y Ludendorff como líderes del Estado Mayor, Alemania se elevó como una dictadura militar de facto y el caudillo se convirtió en un Rey de ajedrez listo para recibir el jaque mate. MÁS INFORMACIÓN noticia No Historia militar del aceite de oliva: el petróleo de los antiguos romanos que servía para ganar batallas noticia No Los misteriosos orígenes del euskera: la lengua que el fundador del PNV no quería que hablaran los maquetos Al finalizar la guerra, el alemán era el tipo más odiado del mundo y ciertos políticos acreditados, como el primer ministro británico, reclamaban su ejecución pública. Tras una revolución obrera a principios de noviembre de 1918, el Káiser Guillermo II huyó a los Países Bajos. El 28 del mismo mes abdicó formalmente, poniendo fin a más de quinientos años de historia Hohenzollern en Prusia . Vivió exiliado hasta su muerte en 1941 y dejando el prestigio de su dinastía por los suelos. Su precipitada huida dejó un enorme vacío en el imaginario alemán que, como sintetizó Andreas Graf von Bernstorff en su diario, llevó a pensar que «solo un dictador puede ayudarnos ahora, uno que barra con escoba de hierro toda esta escoria parasitaria internacional. ¡Ay, si tuvieramos como los alemanes, un Mussolin i!». Pronto lo tendrían.