El poder anestesiante de la Feria es absoluto. Vienes de la ciudad y sus problemas, atraviesas el arco y, por acto de magia, las preocupaciones se disipan o aminoran, dejándote la cabeza solo para el sombrero, la flor (memorable la que se puso la ministra de Justicia Llop) y el saludo obligado de esta feria de tuareg: ojú, qué caló. Pero hasta el caló se olvida o se suda con muchísima dignidad. Porque, les repito, la Feria es una especie de burbuja sin memoria donde se olvidan muchas cosas, incluso las que te condenan a invertir más de una desesperante hora en llegar a ella. Los científicos japoneses, hace dos años, dieron con un aparatito similar al que utilizaban «Los...
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