Vivimos en la era del envoltorio. La era en la que hay tanta información y tanto bla, bla, bla que en la pelea por la atención, el qué está perdiendo un poquito frente al cómo. Nos atrapa el formato, el modo, el envoltorio. Porque hay tanto donde elegir que el sex appeal lo da la forma de contar.
No es nada nuevo. Pero si antes era un aviso adecuado, hoy es un must acentuado.
Venimos de la era de la información. Después llegó la era del entretenimiento. Ahora hablan de la era de la emoción y la intimidad. Y diría yo, que a día de hoy, a todo esto hay que sumar la era del envoltorio, la informalidad y el griterío (porque, ¡virgen del Pompillo!, qué bufíos meten en YouTube, Twitch, TikTok…).
Aunque eso de la era siempre me pareció pretencioso, porque todo va tan rápido que quizá habría que hablar de décadas o años o momentines o hasta suspiros temporales. Porque, además, desde el mismo instante que nacen, van cambiando y evolucionando a nuevas formas de contar.
Los envoltorios de hoy están empapados de los ritmos de las redes sociales. Del tac, tac, tac de TikTok; el zas, zas, zas de Instagram; el shout, shout, shout de Twitter. Del dímelo pronto y hazme gozar; de la información contada a saltos, a golpes, a beats. De esa forma de contar las cosas para gentes impacientes [dame to de un bocao, dame to a calzón quitao].
Este ritmo tiktokero está ya por todos lados. Es el pulso que leemos incluso en novelas impresas. En obras maestras como Gente normal (¡menuda maravilla de Sally Rooney!). Por sus capítulos cortos. Por sus frases breves. Por sus diálogos del tirón, sin signos de puntuación, para que los ojos corran, ¡troten!, ¡vuelen!
Este afán de envolver el qué en un buen cómo también lleva a vestir la información con adornos de ficción. ¡Y qué acertado es para el público actual! En la última edición del Festival de Cine de Alcalá de Henares, con la dirección artística de Pedro Toro, hubo una conversación con directores de cortos. El público esperaba una mesa redonda al uso. Haaabla túúú… y lueeego túúú… y despuééés túúú… Esa cadencia de sieeempre…
Pero, de pronto, apareció una detective vestida como Sherlock Holmes y contó que tenía que resolver un crimen misterioso. En vez de una mesa redonda, vimos un interrogatorio a sospechosos. Los directores de cine corto que tenían que hablar nos dieron los mismos datos que nos hubieran dado en su papel de participantes en una mesa redonda. La diferencia estaba en el envoltorio de su exposición. En vez de hablar en crudo, en un escenario mudo, hablaron dentro de escenas y envueltos en una épica.
¡Y el público se entregó! Entró en la actuación. Entró en el juego. ¡En el envoltorio de misterio! Estábamos atrapados en todo lo que decían y todo lo que ocurría en ese escenario montado como un despacho policial.
Me pregunto qué vendrá después de la era del envoltorio y la informalidad. Podría ser quizá la era del acoso, del pressing, de la persecución. Por los anuncios que parpadean en los filos de mi vida digital, veo una feria grotesca de “¡Cómprame a mí!”, “¡No! ¡A mí!”. Tengo miedo a mirar de refilón un objeto en la pantalla de mi ordenador, porque luego me persigue por todos mis navegadores, mis SMS, mis notificaciones.
O… quizá este ruido atómico… ¿derivará en la era del “déjame en paz, que no puedo más”? ¿Habrá un efecto rebote, y huiremos de tanta basura comercial y tanto bla, bla, bla, como un dichoso Quijote?