Una semana a pie entre pueblos vacíos y cuadras abandonadas dan para mucho. El viaje hay que hacerlo por veredas y caminos de concentración parcelaria pero sin SUV ni 4x4. Esa es la única forma de saber si en un pueblo hay gente, viendo si sale humo por las chimeneas. Tampoco hace falta hablar con los lugareños, paisanos, indígenas o aborígenes, que es en lo que hemos convertido los capitalinos con empleo de relumbrón a quienes viven en los pueblos. Sólo hace falta pasar, ver, mirar… quizá escuchar el silencio de quien no te habla porque no le vas a entender. No entendemos por ignorantes, no entendemos por desconocimiento, no entendemos porque nos hemos comprado unos gobiernos que han pintado nuestro futuro a brochazo de realidad virtual, de una sostenibilidad que sujetan otros, de una igualdad engendrada en un piso estándar, con un sueldo tasado para sobrevivir y una campaña de democracia a la carta para que cada uno sea feliz mientras los demás sean unos pringados que vienen en patera o unos malnacidos a los que hay que quitar todo porque tienen más que nosotros. Ver a un hijo que conduce un tractor con su padre subido a la zaga de la galera camino de ninguna parte revela un mundo repleto de destinos trascendentes. Destinos alejados de las citas de Byun Chul Han o de Megan Markle pero que conducen al Walden de Thoreau y a las tierras de Jose El Gato o al arrén de Paquito, el pequeño de don Ambrosio el que no estudió. Así, a ras de suelo, se atisba cómo los empleos del futuro no se parecerán a los de ahora y, como dicen en la tele, tendremos que formar a nuestros pequeños para que viajen por el mundo persiguiendo el sueño de parecerse a Mark Zuckerberg o cantando como Chanel revestidos de una libertad que se les ajusta al cuerpo como una camisa de fuerza. Una Arcadia de bits y semiconductores se nos echa encima como si de un vendaval se tratara sin reparar en que todo es posible pero que sin Jose y Paquito y sus viajes a ninguna parte sería imposible algo tan sencillo como comer, aunque dispongamos de un dron que nos lleve las viandas a casa. Dicen que Castilla no tiene futuro pero denle tiempo al tiempo porque a mi, ahora mismo, me ponen una vaca delante y no sabría más que mirarla como hace ellas cuando ven pasar el tren.