Este 24 de noviembre, después de que la parlamentaria de Vox Carla Toscano insultara a Irene Montero , Ministra de Igualdad, Onofre Miralles , otro congresista del mismo partido afirmó, apoyándola: «Somos superiores moralmente, somos superiores cualitativamente». No nos extrañemos. Tanto en la derecha como en la izquierda, vemos ahora una tendencia en política que predica contra el adversario ( y el término «predicar» aquí es apropiado, porque su discurso es de estirpe religiosa) en términos moralizantes. En Colombia, por ejemplo, durante los estallidos sociales de 2021, los que estaban en contra de los manifestantes porque pintaban paredes, interrumpían el tráfico, encendían hogueras o apedreaban sitios públicos, salieron a marchar gritando -con un maniqueísmo simplificador- la consigna «los buenos somos más»; y hace no mucho, en 2017, el actual presidente, Gustavo Petro, en asocio con la representante Ángela Robledo , conformó una coalición electoral con el nombre muy moralista de Decentes, o Lista de la decencia. Que indirectamente acusaba a los otros movimientos de indecencia, cualquier cosa que esta sea. Por otra parte, lo que vemos a diario en las redes sociales es la proliferación de un «alardeo moral» que va a menudo acompañado de una furia inquisitorial contra todo aquel que piensa distinto. Y, lo más grave, de desconocimiento de aquello de lo que predican. Así, hay vegetarianos o veganos que se jactan de ser los salvadores del planeta, pero que además vomitan toda clase de insultos contra los que no lo somos, llenos de asco de que haya quien se siente a una mesa «frente a un pedazo de cadáver procesado». O animalistas que llevan su buenismo hasta puntos insólitos, como proponer la prohibición de la pesca recreativa porque los peces sufren, mientras los ambientalistas afirman que tal prohibición tiene impactos negativos en la conservación de ecosistemas y también en las comunidades más pobres. Esta proclividad colectiva por exhibir su purismo, es sintetizada así por el escritor Juan Esteban Constaín : «…hoy no hay acto público, ni mundial de fútbol ni reinado de belleza, ni premios Oscar ni una ida al baño, que no implique clavar las tesis de Lutero en las puertas de la iglesia de Wittenberg: todo tiene que ser una demostración desgarradora y cursi , con mirada al infinito, de nuestras convicciones políticas y humanitarias; todo es un pretexto para predicar y que quede muy claro nuestro compromiso, de vieja data, con las grandes luchas de la humanidad». Habla, y así lo explica luego, no de los que arriesgan su pellejo por una causa, como los futbolistas iraníes negándose a cantar su himno —o de Malala, Salman Rushdie o Alekséi Navalni, digo yo— sino de los que se dedican al 'virtue signalling' o «postureo ético», un término que significa exhibir un discurso moral para ganar poder o prestigio, lograr aceptación grupal o descalificar al adversario. Exactamente lo que pretendía Miralles: despertar adhesiones y aplausos y complicidades secundando las acusaciones machistas contra Irene Montero por parte de Carla Toscano, quien cree firmemente que «las mujeres somos esclavas del feminismo».