Cuando algunos tertulianos expertos en política predijeron una ola republicana a nivel nacional en las elecciones de mitad de mandato de Estados Unidos, no se imaginaban que una de las pocas zonas en las que realmente la ola emergería sería en el sur de Brooklyn, en Nueva York.
No pensaban en Sunset Park, una zona de clase trabajadora, donde tres de cada cuatro ciudadanos son personas de color: una comunidad mexicana muy unida en el oeste del barrio y una comunidad china en rápido crecimiento hacia el este en una región de taquerías donde se te hace la boca agua y locales de noodles caseros. En el parque, cuando hace bueno, la música latina se entremezcla con antiguas canciones del pop mandarín hasta que se pone el sol.
Tampoco se identifica a los republicanos con el barrio de Bensonhurst, más al sur, donde las antiguas pizzerías han sido reemplazadas por locales de boba, un té de burbujas asiático, o por puestos de verduras asiáticas, donde las personas van a la compra con su carrito bajo el traqueteo de un tren elevado.
Pero fue en enclaves de población inmigrante como estos donde los republicanos obtuvieron unos resultados mejores de los esperados, de hasta 30 puntos más que hace cuatro años, afianzando la firme tendencia hacia la derecha de las comunidades vecinas de mayoría rusa y judío-ortodoxa. En total, el Partido Republicano acumuló suficientes votos para cambiar tres escaños de la asamblea estatal en el sur de Brooklyn e impulsar al candidato republicano Lee Zeldin, que quedó a solo seis puntos de la residencia oficial del gobernador: el mejor resultado para un republicano en los últimos 28 años y que dejó boquiabierta a la élite política del estado.
Entre los sorprendidos, se encuentra Joe Borelli, un concejal municipal conservador de 40 años de Staten Island y seguidor de Trump desde hace tiempo. “Me costó, incluso siendo un estudioso de la política, predecir que podríamos dar la vuelta a algunos de estos distritos”, asegura. “Estoy impresionado por lo lejos que hemos llegado con la movilización de algunos de esos votantes”, admite.
Varias encuestas en el estado de Nueva York indican que la delincuencia era la máxima preocupación para los votantes de las elecciones de medio mandato, y el sur de Brooklyn no ha sido una excepción. Las estadísticas sobre el crimen pintan un panorama más complicado: al igual que en el resto del país, las tasas de homicidio en Nueva York han aumentado desde la pandemia; a la vez, se mantienen en niveles históricamente bajos para la ciudad, a la par que las tasas de homicidio actuales en los suburbios de todo el país.
Pero la cobertura informativa del crimen en Nueva York se ha disparado significativamente. En julio, un reportaje de la agencia de noticias Bloomberg mostró que los tabloides locales como el New York Post han mencionado los delitos con violencia seis veces más después de que se convirtiera en alcalde Eric Adams, un demócrata y antiguo policía que también ha hecho de la delincuencia con violencia el centro de su discurso.
Los temores sobre el aumento del crimen parecieron confirmarse en abril, cuando un tirador abrió fuego contra los pasajeros de un vagón del metro en Sunset Park, hirió a 10 personas y provocó titulares en todo el mundo. El tirador, de 62 años, fue atrapado al día siguiente, pero el suceso afectó al vecindario, especialmente a los ciudadanos chino-estadounidenses, ya al límite por la ola de agresiones contra asiático-estadounidenses durante la pandemia.
Sea cierto o no el relato de que la ciudad de Nueva York está inmersa en una espiral de caos violento, parece que éste ha jugado a favor de los republicanos. Los demócratas más destacados se han quedado estancados en el debate sobre cómo dar una respuesta al asunto: Adams ha ordenado una mayor vigilancia policial a la vez que culpa de la delincuencia a la reforma sobre la puesta en libertad bajo fianza —una política progresista que defiende la gobernadora, también demócrata, Kathy Hochul— pese a que no ha incrementado la reincidencia, según las estadísticas estatales. La confusión ha ofrecido una oportunidad a republicanos como el rival de Adams, Curtis Sliwa, y el oponente de Hochul, Lee Zeldin, que reprochan a los demócratas ser “blandos” en su lucha contra la delincuencia y exigen un trato más duro a los acusados de delitos. Ese mensaje funcionó en los vecindarios de mayoría inmigrante en el sur de Brooklyn, donde los republicanos consiguieron muchos seguidores nuevos en atestados mítines.
Yiatin Chu es una de ellos. En una cafetería de Bensonhurst llamada Café Gossip, Chu, una activista política de 55 años, cuenta que era progresista y ha pasado por lo que ella define como un despertar conservador en los últimos años.
Dice que los inmigrantes asiáticos tendían a votar a los demócratas por los servicios sociales públicos, pero que en los últimos años los votantes como ella se han enfadado por la reforma de la libertad bajo fianza y por otras medidas que tomó el predecesor de Adams, el demócrata Bill de Blasio, como abrir nuevos albergues para las personas sin hogar y una cárcel en Chinatown. Está aun más enfadada por la propuesta de eliminar una prueba de admisión que ha permitido a los estudiantes asiático-estadounidenses ser dominantes en los institutos de mayor prestigio de la ciudad. “Es por interés personal, y el de tu familia, de tu comunidad”, dice Chu. "Y el Partido Republicano por lo menos nos presta atención y habla con nosotros”, explica.
Este año, Chu fundó un club político llamado Ola Asiática, que en noviembre animó a miles de votantes a través de la aplicación de mensajería china WeChat a que votaran a los republicanos. Uno de ellos era un candidato prácticamente desconocido llamado Lester Chang, que acabó destronando a Peter Abbate, un demócrata, miembro de la asamblea estatal y que había representado a Sunset Park y otros barrios colindantes desde 1987. Chang, antiguo oficial de la Marina y vecino de Chinatown desde hace tiempo, se había presentado a dos elecciones fallidas en Manhattan antes de cambiar y presentarse por Brooklyn este año. “Manhattan es de un azul afianzado”, asegura en referencia al color demócrata. “Así que lo intenté aquí, en Brooklyn, porque vi que tenía opciones”, sostiene. Apunta que solo ha gastado 25.000 dólares (una cifra equivalente en euros) para ganar, reforzado por grupos de entusiastas voluntarios chino-estadounidenses.
Chang, que tiene 61 años, cuenta que ganó llamando a las puertas y preguntando a los votantes si pensaban que estaban mejor que dos años atrás. “Lo que más se repetía era la rabia, simple rabia, especialmente por la delincuencia”, me cuenta. “Ya no se sienten seguros, especialmente al ir en metro”, aclara. Para arreglarlo, Chang quiere construir un “centro de transición” que acoja a personas sin hogar cerca de la cárcel de Rikers Island, conocida en la ciudad por su falta de seguridad y en la que este año han muerto 14 detenidos. Chang también quiere desplegar un “mínimo de 3.000 soldados de la Guardia Nacional armados para controlar cada una de las estaciones de metro, andenes, coches, autobuses”, que compara con los policías militarizados en China. “A todos con los que hablo”, dice, enfatizando cada palabra, “les encanta la idea”.
Durante años, estudios sociológicos han mostrado que el consumo de noticias negativas influye en la percepción de la delincuencia, y que la percepción de la delincuencia influye en la sensación de seguridad que uno tiene más que la delincuencia en sí. Eso podría ayudar a entender por qué el relato de los republicanos ha tenido tirón este año en las zonas justo a las afueras de la ciudad de Nueva York, donde la delincuencia con violencia es escasa, pero puede dar miedo un caos urbano demasiado cercano. Como dice Borelli, de Staten Island: “En cada hogar de mi distrito hay al menos una persona que se traslada diariamente de municipio para ir a trabajar. Y estas personas ven, son testigos de la degradación de gran parte del orden que tenía Nueva York hace solo tres años”.
En el Valle del Hudson, conocido por sus pintorescas urbanizaciones coloniales a una hora de la ciudad por el norte, el republicano Mike Lawler desbancó al congresista Sean Patrick Maloney después de insistir durante meses en la reforma de la libertad bajo fianza, en lo que ha supuesto uno de los mayores mazazos políticos del año. Los ataques sobre la delincuencia ayudaron a los republicanos a cambiar dos escaños de la Cámara de Representantes por Long Island, la zona rica a las afueras de Nueva York.
El Partido Republicano también se ha llevado victorias en Staten Island, el distrito más blanco de la ciudad de Nueva York. Conectado con el sur de Brooklyn por el Puente de Verrazano y con Manhattan solo a través de un ferry, Staten Island es un distrito residencial en el que la mayoría de sus residentes son dueños de sus casas y conducen sus propios coches, al contrario que los inquilinos y pasajeros de un transporte público a menudo abarrotado que llenan el resto de la ciudad. En lugar de manzanas urbanas compactas, en Staten Island hay amplios bulevares de tráfico rodado flanqueados por ranchos, mansiones victorianas y banderas estadounidenses. Los republicanos dieron la vuelta a uno de los pocos distritos demócratas de la asamblea estatal aquí en noviembre; salió elegido un republicano conocido por erigir una enorme señal pro Trump en el jardín delantero de su mansión.
Pero a Borelli le entusiasma incluso más cómo han emergido los republicanos en el sur de Brooklyn, lo que según él es la prueba de que el partido puede defenderse en distritos urbanos. Esto podría tener grandes implicaciones en estados disputados como Pensilvania, donde los votantes están concentrados en Filadelfia y Pittsburgh, que tienden hacia la izquierda. “No hace falta que ganemos en cada ciudad, pero podemos reducir la distancia en la ciudad para ser más competitivos a nivel estatal. Y ese debería ser el plan para que el Partido Republicano avance”, apunta.
Puede que la verdadera prueba esté en un barrio llamado Bay Ridge. Aquí, al final de la línea R de metro, justo al sur de Sunset Park, no encontrarás lofts a la moda ni edificios de pisos de alquiler pegados unos a otros, sino hileras de casas de piedra caliza y viviendas unifamiliares. La zona sigue teniendo fama de ser un enclave blanco conservador, algo que está cambiando en los últimos años por un influjo de inmigrantes árabes, asiáticos y latinos, así como por profesionales jóvenes en busca de un alquiler más barato. Ahora, los bares pensados para jubilados irlandeses comparten la calle con cafeterías palestinas llenas de gente joven y diversa. En las últimas elecciones, los votos se han dividido prácticamente por igual entre izquierda y derecha, lo que ha causado tensiones sobre la identidad política del vecindario.
Tanya, de unos 30 años, residente blanca de la zona que se denomina a sí misma una “progresista pragmática”, dice que se enamoró de la sensación de estar en una ciudad pequeña en Bay Ridge cuando se mudó aquí hace una década, pero durante los últimos años el conservadurismo se ha convertido en algo cada vez más evidente: “Ahora se pueden ver banderas con la delgada línea azul [teóricamente pensadas como reconocimiento de la Policía, pero consideradas racistas por algunos sectores de la sociedad], pancartas de Let’s go Brandon [una suerte de insulto codificado contra el presidente Biden], gorras Maga [abreviatura del eslogan de Trump Make America Great Again], carteles de ‘Trump 2024’ por el barrio… Hay una casa que tiene un Santa Claus grande hinchable vestido con ropa militar cada Navidad, y otra casa pone el himno nacional desde su balcón a la misma hora cada día”. La semana pasada, dice, algunas personas pusieron un puesto a las puertas de una tienda de ultramarinos para promover teorías conspirativas de la derecha: “Pasé de largo tan rápido como pude y no me enfrenté a ellos. No puedes razonar con esas personas”.
C., un propietario de una vivienda en Bay-Ridge que ronda los 40 y es de tendencia progresista, pide no utilizar su nombre completo. Dice que el vecindario se ha llenado de “la vieja guardia de la gente de Brooklyn de toda la vida, [que] siente que los [nuevos inmigrantes de color] los están echando”. Ellos “no creen que sean racistas y a menudo son amables y personas caritativas. Pero como soy blanco, creen que en el bar me pueden contar cómo ‘la falta de educación y modelos a seguir llevan a los negros a la delincuencia’, o cómo cuando nos mudamos, les ‘alegró que no fuéramos árabes, asiáticos o mexicanos, porque están llevando nuestro barrio a la ruina’”.
La gente progresista de color en Bay Ridge normalmente evita la confrontación. Chris Live, un puertorriqueño negro de 43 años, de izquierdas, que se crio en el barrio afro-caribeño de Flatbush, cuenta que sus amigos le advirtieron contra su mudanza a Bay Ridge hace 10 años. Pero dice que se siente seguro aquí: “La gente te conoce y solemos cuidar los unos de los otros”. No se toma el conservadurismo de forma personal. “Si entro en un bar y veo a alguien con una gorra ‘Maga’ puesta y el único sitio libre es a su lado, me siento a su lado, pero no me enfrentaré a él”, dice. Una vez se encontró con un hombre ebrio en una tienda de la esquina. Hizo un chiste racista empleando un apelativo insultante contra las personas negras. “Me cabreé, pero simplemente salí de allí”, recuerda Live. “Pensé: ‘Este tío está borracho. Para mí, no representa a este barrio’”.
El concejal demócrata Justin Brannan, un antiguo guitarrista punk de 44 años, asegura que las diferencias en absoluto parecían tan fuertes cuando fundó Demócratas de Bay Ridge en 2012. “Estaba rodeado de cargos electos republicanos. No estábamos de acuerdo en casi nada, pero no nos lanzábamos a la yugular del otro ni otras tonterías”, dice. La elección de Trump lo cambió todo: “Dio a todo el mundo esa licencia errónea para ser un completo imbécil, y el ambiente a nivel nacional se filtró en la conversación local. Ahora no puedo hablar de cómo hice que rellenaran un bache para la señora O’Leary sin que alguien me escupa en la cara algo sobre George Soros y el maldito portátil de Hillary o lo que sea. Y es una verdadera lástima que los demagogos puedan convertir a las personas en enemigos cuando no lo son”.
Brannan, que firma sus correos electrónicos con “Love all, serve all” ("ama a todos, sirve a todos"), sabe que puede que no sea capaz de convencer a los ciudadanos tradicionalmente de derechas de Bay Ridge. Pero tanto él como otros demócratas de la zona están preocupados por el giro que puedan dar los recién llegados. El senador estatal Andrew Gounardes, un demócrata de Bay Ridge que obtuvo una victoria ajustada en 2018, cuenta que él y Brannan llevan “años dando la voz de alarma” sobre el creciente conservadurismo en el sur de Brooklyn. “Concretamente, [llevamos tiempo] diciendo que el Partido Demócrata debe invertir más en conectar y comprender a los votantes asiáticos, que suponen una creciente población en el sur de Brooklyn. Así que no es de extrañar que, al día siguiente de las elecciones, veas una ola republicana, porque el otro partido ha sido el único que ha hablado con esta gente”, relata.
Para triunfar en el sur de Brooklyn, argumentan, los demócratas deberían escuchar a los inmigrantes, no negar su preocupación sobre la seguridad. “No hay víctima de un delito o testigo de un delito que quiera oír estadísticas o datos que digan que la delincuencia es baja”, opina Brannan. En lugar de eso, sugiere, los demócratas deberían abogar por una vigilancia policial que trate a las comunidades de color “con dignidad y respeto”, y enfatizar la reconstrucción de las redes de seguridad en estas comunidades, que “quedaron abiertas en canal” por la pandemia. Como presidente de la comisión municipal de finanzas, señala que ha ayudado a Bay Ridge a construir cuatro nuevos colegios públicos, y hay un nuevo hospital en marcha.
El edil apunta otras señales de un cambio progresista como Gay Ridge, una organización queer del barrio fundada por algunos vecinos en 2019. Este año, Gay Ridge organizó su primer evento del Orgullo, que atrajo a más de 1.000 participantes de toda la ciudad. El grupo ha realizado campañas de ayuda mutua, noches de juegos y limpieza de parques, y espera transformar una avenida de locales vacíos cerca del muelle 69 de Bay Ridge en un distrito de negocios queer al que ha apodado “Avenida Gay Ridge”.
McKenzie Keating, una de las organizadoras, de 49 años, que se declaró trans hace tres años y reside desde hace más de una década en el barrio, cree que la visibilidad es una especie de seguridad. “Me encanta subir y bajar por la Tercera Avenida. Aunque empiece en un lugar negativo, espero que la gente que me ve cada día —con mi pareja, con hijo, con mis compras— si pasa algo malo, cuando esté en la cabina de votación, diga: ‘Vale, ¿a quién veo como mi vecino? Voté por su seguridad’”, cuenta.
Tras las elecciones, Sunset Park parece más tranquilo. Las temperaturas han bajado, y fuera de los locales chinos de belleza y pastelería, los carteles de Lee Zeldin ya están en la basura. También un cartel con grandes caracteres chinos que dice: “Si no votas, no te quejes”.
A pesar de la ola republicana aquí, Chu dice que su opción sigue siendo la que tiene menos posibilidades: “Da igual lo fuerte que sea la comunidad china; aunque consiguiéramos una decena de cargos electos en la asamblea estatal y el Ayuntamiento, seguiría siendo una parte diminuta. Así que, a no ser que también obtengamos la atención de los cargos electos no asiáticos, no podremos influir en la política”. Lester Chang asiente en este punto, igual que cuando me dice que su victoria lo ha convertido en “el republicano asiático electo de mayor rango en el Estado”. Como minoría de la minoría, sostiene, “lo mejor que puedo hacer es ser una rueda que haga ruido por mis votantes, y conseguir que esos demócratas se unan a nosotros y resolvamos las cosas”.
Si hay alguna parte de Nueva York donde el bipartidismo puede funcionar, quizá sea en el sur de Brooklyn. Eso es lo que dice Chris Live en una tarde ventosa delante de su casa en Bay Ridge. A pesar de las tensiones políticas, no para de repetir que este es un gran lugar: “Parece uno de los últimos barrios auténticos donde tus vecinos te traen comida”.
“Mi alquiler está bien. Es un barrio amable, es un barrio seguro, y no achaco eso a ningún partido político. Tenemos muchos parques. Una vista magnífica del Puente Verrazano. Mientras la ola republicana no se convierta en una cortina republicana, estaré bien aquí en el futuro inmediato”, concluye.
Traducción de María Torrens Tillack