Son días de ajetreo en la casa de Alicia y Sergio, una pareja de coruñeses que hace tres años convirtieron el cementerio en su oficina. Ellos son los enterradores de varios municipios de la comarca de Ferrolterra, donde se afanan en ponerlo todo a punto para la celebración del Día de Difuntos. Nada, asumen, puede fallar. Tampoco durante un entierro, por eso suelen acudir el día antes para medir el nicho, la tapa, y comprobar que todo está en orden. Esta semana la pareja ha tenido tres funerales, dos la misma tarde, aunque con esto de la muerte nunca se sabe. « Hay semanas que tienes uno y otras que tienes seis o siete» , confirman sobre lo impredecible de su agenda. Pendientes de una llamada que los puede sorprender en cualquier momento, no conocen los domingos, ni los festivos, ni casi las vacaciones. «El año pasado pudimos irnos cuatro días porque dejamos a un amigo enterrador encargado de nuestras parroquias, pero nada más» explican sin que por el momento esta falta de previsión les pese demasiado. La pareja dio sus primeros pasos en el oficio cuando apenas habían cumplido los 30 años, aunque Alicia ya iba preparada de casa. Su padre era enterrador y ella solía acompañarlo de niña. Así que cero 'yuyus'. Si esta joven que se formó como auxiliar de enfermería tiene que entrar en el cementerio en plena noche a encender las velas, lo hace. Y si tiene que exhumar un cuerpo, también. «A Sergio sí lo impresionó más lo de los 'desentierros' porque al principio cuesta» explican durante la charla a tres. El comentario trae a colación una anécdota que relata el chico, la de una hija que al abrir el féretro de su madre se encontró con sus restos, y con los de otra persona más. « Abrimos el ataúd y había dos cráneos. La familia decía que no podía ser , pero estaba claro. Además, unos de los huesos estaban muy limpios, muy blancos, y eso es que venían de estar en contacto directo con la tierra« detalla Sergio aumentando el dramatismo de la imagen. El misterio se resolvió después de «muchas cavilaciones», cuando la familia descubrió que se trataba de una persona que había fallecido muchos años atrás y que alguien había decidido rescatar de la tierra e introducir en el ataúd, sin comentárselo a los demás. El día a día de esta pareja está repleto de curiosidades a pie de campo santo como ésta. Los vecinos, constatan, «siempre tienen anécdotas que contar» y el oficio «te garantiza conocer a mucha gente». A ellos también los conoce todo el mundo y eso «ayuda a que no sea tan frío». Manejar el dolor de las familias es lo más complicado del trabajo de enterrador, que requiere una sensibilidad especial. «No es ir y enterrar» aclara Alicia. «Ayudamos en lo que podemos, enterramos lo mejor que podemos», define. Sobre los momentos más duros, los dos coinciden. «Lo peor es cuando enterramos a gente joven. Eso es tremendo. Ver llorar a la familia, que se echen encima del féretro...». Pese a todo, estos sepultureros no se suelen llevar el trabajo a casa y gracias a su profesión siempre ven el lado amable de la vida. Sus palabras evocan el dicho popular de que 'el roce hace el cariño', así que no sorprende que Alicia y Sergio, lejos de temer a la muerte, disfruten cada día sabiendo que puede ser el último. Por eso, se han prometido.