Los disruptores endocrinos no son hormonas, y en algunos caso ni siquiera se les parecen en estructura química, pero pueden suplantarlas una vez dentro de nuestro organismo y alterar procesos fisiológicos con resultados anómalos a largo plazo. Se cita como ejemplo la precocidad menstrual en las adolescentes estadounidenses por culpa del consumo de leche industrial, que contiene una elevada carga hormonal. Se cree que las hormonas de la leche han adelantado la regla a las niñas.
Existen muchos otros casos no tan evidentes pero posiblemente más graves a largo plazo, como la incidencia de determinados disruptores en el cáncer de mama y de próstata, en la pérdida de fertilidad, en determinados daños cerebrales -se estudia su relación con el mal de Alzheimer-, en la obesidad o incluso en la diabetes, puesto que ciertos disruptores podrían estresar al páncreas dando señales falsas para fabricar insulina.
Pero lo más preocupante de estas sustancias capaces de alterar el equilibrio hormonal de nuestro cuerpo es su procedencia y la vía por la que nos llegan. La mayoría de ellas, aunque no todas, tienen su origen en actividades industriales así como en procesos altamente contaminantes, como la combustión de hidrocarburos, y pasan a los seres vivos desde el medio por la ingestión de alimento, acumulándose en la grasa y órganos blandos.
Los principales tipos de disruptores endocrinos que pueden estar presentes en nuestros alimentos son los siguientes:
Se antoja complicado esquivar en nuestra dieta totalmente los disruptores endocrinos, pero si podemos reducir significativamente su ingesta si tomamos una serie de medidas.
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