Noviembre ya llega con el cambio de hora, el dulce sabor a buñuelos, los crisantemos mojados, el olor a castañas asadas. Estas tardes más cortas, más oscuras; la hojarasca y el viento, los cielos entre las deseadas lluvias y una extraña primavera, como si todo convergiera en estos días de tristeza, ausencia, recuerdo. Los niños se disfrazan ajenos al sentido que tiene regresar al polvo si polvo somos, echar de menos a los que se han ido y ya nunca regresan. Nuestros niños se transforman en esqueletos, muertos vivientes, tan lejos de la muerte, desterrada en una sociedad que no quiere mirarla de frente. Hemos echado a la muerte de casa, hemos cerrado las puertas a su cultura, al mágico encuentro de muertos y vivos en unos días para el recuerdo agradecido, para regar las raíces, de dónde venimos, cuando sólo nos quedan flores sin abrazos, besos al aire, un dolor en el pecho con el que aprendemos a vivir, una estrella que buscar allá arriba hasta que también nosotros seamos estrellas. Hemos cambiado el silencio de los cementerios, la poética soledad de los muertos por la caricatura y el disfraz, que ya conviven con el Tenorio y ese frío indefinido que sacude cada cuerpo en la noche de ánimas. Invocamos la paz en todas las tumbas en el nombre de un vaivén de huesos que resucita a un país eternamente fragmentado donde tantos de uno y otro lado esperan en sus fosas, en su tierra de nadie, la justicia que no tuvieron; memoria desmemoriada de tantas atrocidades en uno y otro lado. La paz sea con todos, víctimas de la peor España, del fratricidio que vivieron nuestros padres y abuelos, sal en las heridas que cerraron con generosidad quienes vivieron en sus carnes el dolor, la miseria, una infancia bajo las bombas, sin pan. En estos días de muertos tan vivos, sobrevivimos en un mundo de corazón escaso donde la vida y la muerte taconean sobre el botón de la guerra. Invoco a mis muertos, os llevo conmigo, abro las puertas, os doy la mano, os guardo en mi corazón, donde vivís mientras yo respire. Os pregunto quiénes estamos más muertos, si acaso no es el otro lado la vida eterna, este amor que nunca se apaga. Si somos nosotros los que morimos cada día si no terminamos de aprender a vivir.