Hay gente guapa en Valladolid, la misma de siempre, pero octubre nos sienta bien. Octubre es un mes terso, con mucho colágeno. Y los que llegan vienen por el vino, o a beberse el cine y otros por la «Seminchi», que es la Seminci de los que se creen que están en Venecia, pero no: esto es Valladolid. Y aquí seguimos los de siempre, edición tras edición. Cuando vienen las estrellas y cuando se marchan y Valladolid sigue exactamente igual. En octubre van llegando por el cine y por el lechazo. Seminci. Toda una vida desde aquella Semana de Cine Religioso por la que pasaba Bergman cuando Garci no era Garci todavía y le alojaban en el Hostal Florido, como recuerda él mismo, y había orquesta por las tardes en la pecera acristalada de fuera. Aquella época de mis abuelos cuando a Valladolid venía Orson Welles y la gente se agolpaba en el bar del hotel a beber cocktails sofisticados. Y todavía se usaba esmoquin y «las chicas bebían Manhattans –que dice Juan Colmado–, que es un trago muy serio». Ahora con suerte beben 'Malibu'. Sólo hay dos clases de personas en el mundo: las que dicen Seminci y aquellas que piensan que es «Seminchi». Seminci o «Seminchi», esa es la cuestión… Hasta que aparece un vallisoletano en la conversación ofendido como un catedrático de Oxford e imparte una clase magistral porque le han faltado en lo profundo. Exactamente igual que si le hubiesen tocado La Antigua, la Plaza del Viejo Coso o al alcalde. Da igual qué partido gobierne, el alcalde, como el Pisuerga, la Seminci y los Montes de Torozos es algo nuestro. Necesario –más que contingente–, pero sobre todo nuestro. En octubre la ciudad es un decorado por el que caminamos todos con soltura. Extras de una película que llevamos rodando años y que se llama Valladolid y nos está quedando perfecta. Se merece una Espiga, un Oscar, un patio de butacas rojas en mitad del Campo Grande para observar cómo baila la ciudad estos días. Valladolid no quiere ser Hollywood, no necesitamos palmeras sobre Torozos porque ya tenemos encinas. Valladolid quiere ser Valladolid, sin efectos especiales, porque aquí uno se cruza lo mismo con Diego Martín que con Brat Pitt y no se sorprende por ninguno de los dos. Ni siquiera por el mismísimo Paul Newman redivivo. En octubre todos somos Paul Newman. O Robert Redford. En octubre, en Valladolid, todos somos cinematográficamente jóvenes porque el cine no envejece y nosotros tampoco. Damos bien a cámara en cualquier calle, en cualquier esquina. Platerías arriba y abajo. Pasaje Gutiérrez adentro, como en una película de Truffaut. Puede que todas las chicas que alguna vez me deslumbraron lejos de Valladolid dijeran «Seminchi» y entonces, como buen vallisoletano, les hacía mansplaining y les explicaba que se dice Seminci y hasta ahí llegaba nuestro amor.