En un lugar de la sierra de cuyo nombre prefiere no acordarse, no vaya a ser que el pueblo se le llene de mirones indiscretos, José Ovejero (Madrid, 1958) plantó bandera durante la pandemia y empezó a escribir un diario. Su padre, enfermo de Alzheimer, consumía sus últimos días, así que él, versado en las artes de la invención, empezó a hacer memoria. A recordar. «Durante el último año de su vida y un año después de su muerte estuve escribiendo un diario sobre mi relación con mi padre en esos dos años pero también sobre mis recuerdos sobre él», explica. Y de tanto mirar hacia atrás, de tanto buscarse en fotos en blanco y negro y relatos de infancia transmitidos por tradición oral, el autor de 'La invención del amor' acabó llegando a 'Mientras estamos muertos' ( Páginas de Espuma ). Una novela que es en realidad una colección de cuentos. Unas memorias salpicadas de ficción y ancladas a ese diario que, aclara, no tiene intención alguna de publicar. «Es una revelación íntima que no me interesa mucho literariamente», asegura. Ese mano a mano con la memoria, sin embargo, fue el acicate que le llevó a las puertas de 'Mientras estamos muertos', retrato en movimiento de una familia de clase obrera que va progresando, o eso cree, mientras el tardofranquismo empieza a desembocar en la Transición. «Una memoria individual es siempre, quieras o no, una memoria colectiva», defiende Ovejero, para quien medirse con su pasado implica, necesariamente, reevaluar el proceso de construcción de la España contemporánea. «Cualquier testimonio de una época tiene fecha de caducidad. Su interés no es tanto lo que cuenta sobre aquella época como lo que dice de la que estás escribiendo», reflexiona. Aplicado a los tiempos que corren, añade, esto se traduce en que «se ha puesto en tela de juicio la santidad de la Transición y que la llegada al poder del PSOE significaba que ya podíamos irnos a casa porque ya estaba todo conseguido». «Unas décadas después hemos descubierto que no todo estaba resuelto y que la lucha de clases a lo mejor sigue teniendo sentido o que la han ganado aquellos que no sabíamos que la iban a ganar», relata. Carrero Blanco De vuelta a la gestación de 'Mientras estamos muertos', sostiene Ovejero que «cualquier libro es una mezcla de imaginación y experiencia». En este caso, sin embargo, ha optado por «invertir las proporciones». «Decidí empezar a trabajar a partir de recuerdos, de eso que podemos llamar memoria, pero sabiendo que cualquier memoria es una reconstrucción», apunta. De ahí que, apunta, esa red de entierros, tensiones familiares, remordimientos por comprarse unas botas de 350 euros y juegos infantiles que acaban regular se un espejo deformado y deformante. «Ojo: hay mucho de mí, pero no soy yo -advierte-. Al narrador le suceden cosas que quizá no me han sucedido a mí pero sí que han ocurrido a mi alrededor«. Lo que sí es que es bastante literal, reconoce, es el relato que lleva por título 'Yo brindé con champán el día que mataron a Carrero Blanco'. «Brindo porque voy a casa de un amigo cuyos padres brindan con champán. En ese momento yo me preguntaba: '¿pero se puede brindar por la muerte de alguien?' Pues sí, hay gente que lo hace. Es entonces cuando descubres que hay otras maneras de mirar la realidad», explica un autor para el que, aunque «no va de política» , 'Mientras estamos muertos' «es un libro político». MÁS INFORMACIÓN noticia Si Albrecht Buschman: «Hay un descenso de la traducción alemana de libros españoles desde hace más de diez años» «La clase es una marca, una cicatriz sin herida. Ahí hay algo que duele», añade quien, pese haberse enredado en el carrete de la memoria y lo que algunos calificarían como autoficción, sigue valorando casi por encima de cualquier cosa el poder de la fabulación. «La imaginación es una forma de conocimiento tan importante como la memoria o la experiencia, que creo que está sobrevalorada. La experiencia no nos hace más sabios», sostiene.