Los solteros profesionales desarrollamos una suerte de egoísmo que nos encapsula en la indiferencia y nos arrastra hacia la misantropía. Con el transcurrir de los años, es inevitable, miramos la vida de otra manera. Me encanta que la gente traiga niños a este mundo porque alguien, el día de mañana, tendrá que pagar nuestras pensiones, pero huyo de los críos porque, en general, son unos pelmas, y lo que le causa gracia a sus bondadosos y permisivos padres a nosotros se nos antoja pura desgracia. Cuando en una cena me enseñan fotos de sus críos efectuando una grotesca cabriola, sé que ha llegado el momento de evaporarse. Pero tras recibir la reprimenda de una inteligente amiga, decidí cambiar de actitud. «Pregunta siempre por sus hijos, así creerán que eres normal y que te interesas por ellos…», me aseguró. Así pues, cuando coincidí con un viejo amigo se me ocurrió lanzar la pregunta. Como de costumbre en esos trances, adopté tono sostenible y simulé faz tan frailuna como biodegradable. Pensé que nada fallaría porque ese padre es un triunfador, un abogado de prestigio que a veces incluso sale por la tele acompañando a peña corrupta, no les digo más. Sus vástagos, por lo tanto, seguro que eran dos cerebritos de los que hablan media docena de idiomas y lucen varias carreras ornadas por un sinfín de másteres. !¿Mis hijos? No me hables de mis hijos… Tienen 23 y 20 años y son ninis…¿Me oyes? ¡Ninis!!. Supuse que exageraba. Me reí, jiji-jaja, algo nervioso, eso sí, y repregunté sospechando que sólo serían de un ceporro moderado. Pero no. «Que no coño, que ni estudían ni trabajan. Que se levantan a la hora de comer y se tiran toda la noche jugando a la maquinita esa de matar zombis... No me hables de mis hijos... No se qué voy a hacer con ellos...». Se marchó bastante espasmódico y me entristeció destruirle el día. Aportar hijos a este mundo, menuda lotería. Y es que los ninis, lejos de ser una leyenda urbana, existen. En cualquier caso, ganas tengo de encontrarme con la amiga que tan buen consejo me brindó.