Desde que se instituyó el Premio Nobel (1901) hasta la llegada de Hitler al poder (1933) Alemania concentró un tercio de las distinciones. Entre los premiados estaban Albert Einstein y Max Planck , amigos personales del físico Emil Warburg , y su propio hijo Otto. En 1931 la Academia concedió a Otto Heinrich Warburg (1883-1970) el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por revelar uno de los secretos del cáncer. Cuando se enteró de que había sido galardonado no pudo por menos que exclamar: «Ya era hora». Este científico defendió la hipótesis de que el cáncer y el crecimiento de los tumores eran causados porque las células neoplásicas generan energía fundamentalmente a través de la degradación no oxidativa de la glucosa (glucolisis anaeróbica), al contrario de lo que sucede en las células sanas, que lo hacen gracias a la degradación oxidativa del piruvato. De alguna forma, Warburg defendía que el cáncer era un problema metabólico. Intocable para los nazis Otto pertenecía a una acomodada familia judía de origen portugués cuyo linaje se remontaba hasta el año 1500. Al principio se afincaron en el ghetto de Venecia y después en Warburg, en las proximidades con la frontera holandesa, de donde adoptaron el nombre de la ciudad como propio. Cuando llegaron los nazis al poder, y mientras algunos de sus colegas judíos huían de Alemania, Otto Warburg vivía con su amante, Jacob Heiss, en un palacete del siglo XVIII de estilo rococó ubicado en el elegante barrio de Dahlem, en el sudeste de la capital alemana. Un binomio –judío y homosexual– que colocaba a Warburg en el punto de mira de las autoridades nazis. Sin embargo, se mantuvo en su puesto universitario, indiferente a la suerte que corrían los judíos en Alemania. Y es que su línea de trabajo y la hipocondría del Führer jugaron a su favor. Adolf Hitler fue un personaje plagado de contradicciones, vegetariano, abstemio, combatiente displicente del tabaquismo y oncofóbico. En cierta ocasión fue intervenido de un pólipo laríngeo que resultó ser benigno, pero la posibilidad de que se convirtiese en maligno influyó, sin duda, en que protegiera a Otto Warburg de la furia racial. Excéntrico y arrogante Warburg rechazó una oferta de la Fundación Rockefeller para continuar su investigación en Nueva York, lo cual hizo creer a la comunidad científica que simpatizaba con el nazismo. Durante los años que duró el régimen nacional socialista siguió con sus investigaciones y publicó más de un centenar de artículos en revistas especializadas. A esto hay que sumar que en 1942 exigió al gobierno nazi que le cambiara su estatus de Mischling –cruzado–, ya que era hijo de padre judío y madre protestante, por uno de igualdad con los arios, que al final acabó consiguiendo. Para los nazis tampoco era un ciudadano modélico. Se cuenta que cuando un funcionario nazi le exigió que firmara una «declaración de raza aria» le devolvió el formulario en blanco y le indicó amablemente donde estaba la salida. MÁS INFORMACIÓN Crean una extraña fase de la materia con dos dimensiones temporales Logran por primera vez modificar los enlaces entre átomos de una molécula En defensa de Warburg hay que subrayar que no realizó ningún experimento inmoral y que no utilizó a los prisioneros de los campos de concentración como animales de experimentación. En cualquier caso, su figura fue perdiendo terreno a medida que ganaba confianza científica y Alemania perdía la guerra. SOBRE EL AUTOR Pedro Gargantilla Médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.