El agotamiento, la desesperación y la rabia ganan terreno en el este de Ucrania tras cinco meses de una "guerra sin piedad, una guerra enloquecida", según las palabras de la trabajadora humanitaria Oleksi Yukov.
El conflicto entrará el domingo en su sexto mes, aunque en el Donbás, una región industrial y obrera en el este del país, lleva ya ocho años, desde que separatistas prorrusos apoyados por Moscú conquistaron en 2014 una parte del territorio.
Pero la invasión rusa del 24 de febrero transformó las cosas en el Donbás.
Ciudades y aldeas a lo largo de la línea del frente son golpeadas a diario por ataques y todos los días hay muertos.
En el mejor de los casos solo hay casas destruidos, esas pequeñas viviendas con jardín y huerto bien cuidados de repente quedan en ruinas.
Incluso ciudades alejadas del frente como Kramatorsk, centro administrativo de la región del Donetsk, viven bajo la amenaza de ataques mortales.
Según Pavlo Kyrylenko, gobernador de esta región, más de 600 civiles murieron allí desde el inicio de la invasión rusa y más de 1.600 resultaron heridos.
Las fuerzas rusas, que han conquistado casi toda la región de Lugansk, ahora buscan hacer lo mismo con Donetsk. Ambas regiones conforman el Donbás.
Y aunque no haya sucedido mucho las últimas semanas en el frente, la guerra de desgaste está pasando factura.
En la ciudad minera de Toretsk, un militar extenuado y cubierto de polvo tras un bombardeo que dejó seis muertos, levanta el puño en señal de victoria, pero su mirada está sin esperanza.
En Sloviansk, un civil, Andri, de 54 años, muestra el enorme cráter dejado por una bomba en el jardín de su suegra y de repente comienza a llorar.
En Bajmut, una ciudad en la línea del frente, una mujer exasperada con el rostro tenso por el odio, lanza el dedo medio a los periodistas, "esas aves de mal agüero", expresa entre los escombros de su farmacia golpeada por un misil ucraniano, según ella.
En el Donbás, fuertemente impregnado del pasado soviético y donde el resentimiento es a veces fuerte contra las autoridades de Kiev, acusadas de descuidar a la región durante años, algunos esperan a los rusos y otros se declaran "ucranianos". Pero todos están hartos.
Entre los pobladores con los que ha conversado la AFP las últimas semanas, predominan la incomprensión y el desespero. Y el sentimiento de abandono.
En Chasiv Yar, una ciudad golpeada el 10 de julio por un ataque que dejó más de 45 muertos, una mujer de 64 años recoge albaricoques podridos en un entorno apocalíptico frente a un edificio destruido.
"¡Los niños siguen enterrados allí abajo! Sus padres los llaman pero nadie responde", clama Liudmyla, madre de seis y abuela de 12.
"Aquí nadie nos necesita, no queda nadie, los responsables se han ido, debemos arreglárnoslas para seguir vivos", insistió la mujer de bata azul quien se negó a dar su nombre completo.
Las autoridades a menudo brillan por su ausencia después de un ataque, mientras que los militares guardan silencio.
Muchos civiles no se hacen ilusiones con sus autoridades. "El alcalde de tal o cual pueblo es el primer en huir, el alcalde de tal o cual pueblo será el primero en colaborar con los rusos", se escucha en las conversaciones.
Las autoridades han pedido repetidamente a la población evacuar, pero muchos no tienen a dónde ir.
"A mí me gustaba mi vida, mi trabajo en una fábrica local, tenía mi casa, nada excepcional pero estaba bien", suspira Tetiana, de unos 50 años, en Pokrovsk, tras un ataque que dañó una decena de casas en una sola calle.
"Yo cobro 2.000 grivnia (unos 68 dólares) de jubilación, vivo sola, ¿qué será de mí?", llora su vecina Antonina Iermak.
Muchos civiles expresan así su desolación, de forma más o menos encubierta porque los soldados ucranianos se instalan en zonas residenciales, escuelas o casas abandonadas.
El tema es muy sensible porque está en el centro de la propaganda de Moscú, que siempre justifica los ataques a áreas civiles por la presencia de militares.
"Yo no debería hablar contigo, podría tener problemas", declaró una mujer en Toretsk horas después de un ataque a un barrio residencial.
"Pero me gustaría que los militares se fueran, que se fueran a luchar a otra parte, aquí hay niños y gente normal", exclamó.
"Yo tengo miedo de todos, de los rusos y los ucranianos", confió Nina Chupryno en Kostiantynivka.
El gobernador Kyrylenko, de Donetsk, respondió que "es la guerra. Es imposible evitar la destrucción de infraestructuras o propiedades".
Victoria, una soldado en Kramatorsk, suspira.
"Civiles y militares... Estamos todos cansados, no entendemos la situación, no entendemos hacia dónde vamos", admitió. Pero agregó que "no se trata de desmoralizarnos".
En Chasiv Yar, la anciana Liudmyla de repente deja de recoger albaricoques: "oh, mira, un gato. Aún está vivo".
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