Desde sus mismos inicios, el régimen chavista comenzó a cercar y estrangular económicamente a las universidades autónomas.
Esa circunstancia se debe, sin duda, a su carácter autoritario y neo totalitario. Un régimen de tales características, como lo demuestra la historia, no tolera ni permite las universidades de pensamiento crítico, independiente y autónomo. Y menos si se trata -aunque esta característica siempre va apareada a todas las dictaduras, que nunca son «civiles»- de un régimen militarista. Toda dictadura es totalitaria y autoritaria, no reconoce los derechos de los demás y se basa en la simple ecuación militar según la cual el tirano y su claque mandan y los demás obedecen.
El actual régimen no ha ocultado tales pretensiones. Hace algún tiempo pretendió aprobar una absurda ley que, en la práctica, eliminaba el principio de la autonomía universitaria, a pesar de su rango constitucional. De igual manera, se acababa con la estructura independiente de las universidades, al suprimir consejos universitarios, vicerrectorados, decanatos, organismos de representación profesoral y estudiantil y, en suma, se colocaba a las casas de estudios superiores bajo control del régimen y sus intereses políticos.
Se quiso reducir a las universidades a la humillante condición de simples escuelas regidas por el régimen, aboliendo la búsqueda de la verdad, el pluralismo y la libre confrontación de las ideas, todos ellos elementos esenciales de la autonomía universitaria. Y para lograr tan perversos propósitos se eliminaba su actual derecho a elegir sus autoridades a todos los niveles.
La inquina del régimen hacia nuestras universidades autónomas se ha dedicado especialmente a arruinarlas y destruirlas desde hace varios años, negándoles los recursos que siempre les ha proporcionado con toda justicia el Estado venezolano, todo lo cual constituye un perverso y criminal cerco financiero para reducirles sus presupuestos. Esto significa que han tenido que reconducirlos, es decir, ejecutarlos sin los aumentos que demandan las circunstancias, afectando así la inversión en planes de investigación y docencia, el mantenimiento permanente de sus edificaciones y servicios y el pago de los profesores universitarios, empleados y trabajadores, que hoy cobran salarios de hambre, al igual que los docentes de secundaria, escolar y preescolar.
Por contraste, y para hacer más chocante la situación, el régimen le ha incrementado los presupuestos a las universidades que controla -y que no son, por cierto, las mejores del país-, al igual que ha aumentado los sueldos a los altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional, que hoy ganan tres o cuatro veces lo que cobra un profesor universitario. Y ello para no ocuparnos de los miles de millones de dólares regalados a otros países, mientras aquí los docentes de las universidades ganan una miseria.
Quienes somos egresados de universidades autónomas no podemos aceptar pasivamente el cerco criminal que viene tendiéndole el oficialismo a estas casas de estudios superiores, en abierta violación del artículo 109 de la Constitución Nacional. Mucho menos podemos aceptar que, por esta vía, se las pretenda controlar y convertir en instrumentos de ideologización y control político.
Resulta, por cierto, cínica e hipócrita la posición de antiguos profesores y dirigentes estudiantiles de izquierda -algunos de los cuales hoy son ministros y altos funcionarios- que antes defendían la autonomía universitaria y hoy la niegan. Claro, en el pasado, muchos de ellos se aprovecharon de la misma para encapucharse, tirar piedras y quemar carros, así como otros -antiguos guerrilleros- se escondían armados en los años sesenta y setenta en los recintos universitarios para enfrentar insurreccionalmente al sistema democrático. Y están los que hoy, vergonzosamente, son incapaces de decir nada al respecto en sus escritos de opinión porque se los impide el bozal de arepa que les dan.
Esta semana se hizo viral un video sobre el estado de ruina y destrucción de la sede rectoral y del núcleo Barinas de la Universidad Ezequiel Zamora, intervenida desde que comenzó este régimen y sometida a un largo proceso de aniquilamiento y estrangulamiento de todo tipo, a manos de comisarios políticos disfrazados de “autoridades universitarias”. Todos vimos el abandono vergonzoso de las instalaciones, el desmantelamiento de aulas y pasillos, techos cayéndose, montañas de basura por todas partes, todo lo cual conforma un cuadro dantesco de lo que años atrás fue una de las universidades más hermosas y funcionales del país.
Lo mismo ha ocurrido con la Universidad de Oriente, que viene sufriendo también destrucción y saqueo a manos de grupos delincuenciales ante la indolencia y la falta de recursos por parte del Estado venezolano. Otras universidades públicas, comenzando por la UCV, también se deterioran gravemente, sin que desde el régimen se haga algo para impedirlo, sino todo lo contrario.
Hemos regresado a tiempos de barbarie, odio e incivilidad, símbolos inequívocos de una revolución que ha destruido a Venezuela.