Para entendernos, comenzaremos diciendo que una persona tiene demasiado peso cuando su cuerpo acumula una cantidad excesiva de grasa y en la báscula arroja una cifra superior a la que por su talla se considera normal para la media de la población.
Según cuánto exceda de esa norma, hablaremos de sobrepeso o de obesidad, con sus diferentes niveles. El cálculo habitualmente utilizado, por su simplicidad, no por su exactitud, consiste en dividir el peso, en kilogramos, entre la talla al cuadrado, expresada en metros. Técnicamente esa fórmula calcula el llamado índice de masa corporal o IMC.
Veamos un ejemplo con una persona de 70 kg de peso y 1,75 m de altura: 70 / 1,752 = 22,86 de IMC. Con ese resultado, podemos adelantar que no padece sobrepeso ni obesidad, sino que es normal. Por si queréis valorar vuestra situación, os ofrecemos una tabla de referencia:
En algunos casos, el IMC no es justo porque hay personas que tienen cifras superiores a 25, pero no por exceso de grasa corporal, sino por tener una importante masa muscular, lo que no conlleva los mismos riesgos para la salud.
Además de regulando la ingesta de alimentos, ¿cómo podemos mantener o recuperar un peso adecuado? Hacer ejercicio físico es una de las opciones principales, ya que aumenta el ritmo metabólico, lo que quiere decir que gastamos más calorías en el mismo tiempo, y eso ayuda a reducir la grasa corporal.
Entre las actividades o ejercicios más habituales para reducir nuestro peso, nos encontramos con la posibilidad de andar a pie o la de pedalear en bicicleta. Si la persona del ejemplo anterior se pone a caminar a un ritmo de unos 4 a 5 km/h, gastará unas 295 Kcal/h. En cambio, rodando en bicicleta a tan solo 14 km/h gastará 420 Kcal/h. Pero ambos esfuerzos no son equiparables.
Vamos con una explicación: suponiendo que una persona decida andar cinco kilómetros y la otra opte por pedalear esa distancia, pues resulta que a la misma frecuencia cardiaca gastará más calorías quien opte por ir andando que quien vaya en bicicleta, debido a que esta preciosa máquina tiene una elevada eficiencia energética. Por lo tanto, con similares sensaciones de esfuerzo, adelgazaríamos más a pie que pedaleando.
Pero andar o correr genera presiones e impactos importantes en las articulaciones. Especialmente en las de las piernas: tobillo, rodilla y cadera. Aunque tampoco se libran las intervertebrales. Y, en personas obesas, es frecuente que esas articulaciones ya estén deterioradas por soportar la sobrecarga del peso excesivo en cada paso que dan, por lo que andar o correr puede acarrearles más perjuicios que beneficios. En cambio, pedaleando, el peso se distribuye sobre la bicicleta a través de 5 puntos de apoyo: ambas manos, ambos pies y el periné. De esa forma, las articulaciones delas piernas solo deben soportar la presión que sus músculos ejercen al pedalear. Sin recibir impactos agresivos. Esta gran ventaja de la bicicleta nos permite prolongar los tiempos de ejercicio y gastar calorías evitando sobrecargas, siempre que tengamos la precaución de ajustar bien las medidas de la bici a nuestro cuerpo.
Un problema de salud que merece especial atención es el de la obesidad infantil, y resulta que la bicicleta es también una poderosa aliada para prevenirlo. Un estudio realizado en Baltimore y publicado en 2008 demostró que los niños y niñas que andaban en bicicleta dos o más veces por semana tenían menos riesgo de padecer obesidad en la infancia que quienes lo hacían una vez o ninguna. Y resulta que usar la bicicleta tenía un efecto beneficioso más claro incluso que los de ingerir frutas y verduras en la dieta o desayunar diariamente.
Conseguir que nuestros hábitos de conducta sean más sanos es un objetivo primordial y, con ese fin, la bicicleta puede convertir muchos de los desplazamientos cotidianos en una fuente de salud. Los viajes en bici a los centros escolares o a los puestos de trabajo son, sin duda alguna, poderosas medicinas para vencer a esa enfermedad que es la obesidad.