LA HABANA, Cuba.- En Cuba se privilegia, y desde 1959, la difusión de ciertas imágenes fotográficas. Yo que nací cuatro años después del gran desastre de 1959 he visto miles de veces esa foto en la que Fidel Castro carga su fusil al hombro allá en la Sierra Maestra. Y otra de las más icónicas tiene también en el centro a Fidel en el preciso instante en el que se tira desde lo alto de un tanque de guerra en Playa Girón. Sin dudas la fotografía, y algunos fotógrafos, han sido muy útiles a la “revolución”, a su iconografía de la guerra.
Las fotos de Fidel y el Che son casi tan famosas como esa imagen de Marilyn Monroe en “La tentación vive arriba”, esa foto en la que a ella, parada sobre un respiradero del metro en la estación de Lexington, se le levanta la falda. Y resulta curioso que entre las fotos más famosas estén esas que fijaron la imagen de dos adoradores de las armas: Fidel Castro y el argentino Ernesto Guevara. Y esos dos no fueron solo adoradores pasivos, fueron ejecutores activos de esas armas letales, de esas segadoras de vidas, y aun así los fotografiaron.
Y ya sabemos que Guevara apretó, él mismo, el gatillo en La Cabaña para que saliera en ráfagas la muerte, para que cayeran al suelo, ensangrentados y muertos, los hombres que no acompañaban al argentino en sus ideales. A Fidel Castro y al Che Guevara no se les puede pensar sin un rifle al hombro, sin una pistola en la cintura. Ellos adoraron las armas y las usaron mientras tuvieron vida, para jugar con la muerte, para propiciar la de quienes no comulgaran con ellos.
En la Cuba de los Castro hay cierto culto a la muerte. La muerte ha sido mostrada en imágenes, y sin ningún recato, por los comunistas. Quién no recuerda la foto de aquel de quien nos hicieron creer que moribundo escribió el nombre de Fidel, moribundo dicen, pero con una excelente caligrafía. La muerte exaltando también a Fidel. Fidel y sus resurrecciones. Fidel, Fidel. Y hoy el discurso oficial cubano no deja de mencionar la matanza en Texas, no deja de referirse a los muertos, a las congojas de sus familiares.
El gobierno cubano discursea y discursea, olvidando sus disparos, sus “Preparen, apunten, disparen”… El gobierno cubano podría hoy alardear de que se apoderó de las armas que estaban en manos de muchísimos cubanos a los que no pagó un centavo, entre ellas una pistola a mi padre. Ellos desarmaron al pueblo y apertrecharon al ejército, a la policía, y gastaron grandes sumas de dinero para conseguirlas, con el único objetivo de mantener a raya cualquier oposición.
Si los comunistas prohibieron la tenencia de armas fue pensando en ellos mismos, en su permanencia en el poder. Esos que antes pusieron misiles apuntando al territorio norteamericano, luego confiscaron pistolitas, y lo hicieron pensando en ellos, en su larga y “bondadosa” permanencia en el poder. Fidel Castro mostró un discurso “pacifista” haciendo guerras en África, en Centroamérica, y hasta desarrolló algunas tentativas en Sudamérica.
Y sí, Fidel y todos los que lo siguieron pensaron mucho en las armas, en hacerlas desaparecer de “manos infieles” que las usaran para sacarlo del poder, para instaurar un gobierno verdaderamente democrático. Fidel y los suyos pensaron en lo que podría pasar por la cabeza de los cubanos inconformes si tenían un arma en la mano. Fidel Castro tenía inteligencia, eso es innegable, y se reconocía, en el silencio de la noche y en medio de la soledad, como un tirano. Fidel Castro debió prever rebeliones como las del 11J, y en muchas circunstancias, y con armas.
Fidel Castro debió prever, acostadito en su cama, al pueblo en la calle dispuesto a todo para conseguir la libertad que él no les otorgó aquel primero de enero. Fidel Castro no quería un pueblo armado, quería un pueblo subordinado por las armas, un pueblo que reconociera la fuerza de un disparo, la letalidad de un disparo, y hasta la grandeza de esa libertad que se empeñaba en hacernos creer que nos había regalado.
Él mismo inventó consignas como aquella de: “El pueblo unido jamás será vencido”, imaginemos entonces a ese pueblo con las armas en la mano y enfrentando todo ese mal que él representara. ¿Acaso somos diferentes nosotros al resto del mundo? ¿Acaso los cubanos no provocan la muerte a cuchilladas, y por ahorcamiento, y a trompadas? ¿Acaso no hay jóvenes muertos que fueron víctimas de las armas, de una pistola, del cuchillo o de un palo? ¿Las pedradas no matan? ¿No hay policías que disparan y matan? ¿Acaso olvidaron que saquearon muchas armerías y mataron luego con esas armas, como la que años después le incautaron a mi padre? ¿Acaso olvidaron sus bombas y sus muertos?
Este gobierno es muy olvidadizo, y desconoce convenientemente a sus muertos, pero ni siquiera es capaz de mostrar las evidencias de esos que mueren por la desidia del gobierno, de quienes son enterrados después de recibir el disparo de aquel policía que le quebró el pecho, tampoco muestran al que murió en la cárcel por falta de atención médica, a quienes fueron aplastados por el peso de un balcón, de toda una casa, o por la bala que salió del arma de un policía o del chorro de agua que hunde una lancha cargada de vida. Los comunistas son tan asesinos como esos que matan en escuelas norteamericanas, y aun así juegan a hacerse fotos en medio del paisaje de una batalla.
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