El ejercicio profesional en cualquier carrera requiere de un mínimo de formalidades. En la política, por cierto, lo más importante es que se le reconozca como una profesión que requiere de preparación, entrenamiento, formación y destrezas, así la persona política posea un título en otra especialidad. Por más que seamos aficionados a los deportes, debemos reconocer que algunos tienen realmente el talento y la vocación para el beisbol o el basquetbol. Así de sencillo. Luego, somos ciudadanos con amplísimos derechos (al menos, reconocidos en la retórica constitucional), siendo vital y decisiva la participación. Pero la política requiere de mucha dedicación exclusiva, no pocos sacrificios y mucho de experiencia, trayectoria o meritocracia, término del que abusó la tecnocracia también, como si los demás no lo tuvieran.
Hace política el directivo de un gremio profesional, el empresario que preside una cámara; el sindicalista que atiende a los afiliados; el médico, presidente de un club campestre que tiene a los accionistas encima, haciéndosele cada vez más difícil atender su consultorio; la gerencia de la compañía al diligenciar la póliza propia de seguro, o atender un local comercial, respectivamente. A menos que se les convierta en un negocio, como ha ocurrido, atienden por un tiempo como directivos y vuelven al predio privado. Tratándose de la política, con mayúscula, es necesario ser parte de un partido, prepararse y afrontar las elecciones con todas las consecuencias de lo que implica organizar, estructurar, financiar e intentar liderar la opinión pública, por supuesto que para completar todas estas acciones no alcanzan las 24 horas del día.
Pero ocurre que, en este país, por lo menos, se han trivializado los partidos, la célula fundamental para hacer la política que siempre ha de aspirar a realizarse desde el Estado, vale decir, desde el poder por el que se brega. No es que sus órganos colegiados dejen de reunirse, periódicamente, para debatir y decidir un rumbo; o para anotarle una gran victoria al régimen, ni siquiera en rebelión celebren, puntual y convincentemente, sus comicios internos. Intentan parapetar sus acciones para no cumplirlas y ya ni siquiera convocan a las bases para seleccionar a sus candidatos presidenciales. Claro, excepto se trate de rellenar un papel y darlo por sentado, pues el papel aguanta todo.
Se dice por ahí que va a haber primarias para 2023 con la idea de seleccionar al candidato presidencial, aunque –por una parte– eso lo decide, solo y unilateralmente, el G-4 con el concurso del riachuelo de partiditos que, finalmente, cuadran, con representación parlamentaria, sin que obre un comunicado formal sobre lo que debería ser una propuesta a la sociedad; propuesta un poco más seria que la escurrida hacia la prensa sin que nadie, completamente nadie, conozca el reglamento. Y cuando corre la idea de hacer esas primarias – por otra – cada partido lanza sus candidatos presidenciales, así no más, a dedo. Ni siquiera se formaliza un mecanismo. ¡Nada de selección! Sin embargo, el punto no está en la selección de los candidatos presidenciales y de toda suerte de elegibles para las áreas del parlamento nacional, regional, concejos municipales, alcaldías, etc., sino de la pérdida de todas las prácticas políticas y administrativas que de generación en generación, se perfeccionaban en los partidos.
Los procesos de formación ideológica ya no se dan, pues, son unos outsourcing: fundaciones que buscan donde invertir y colocan su dinero en promocionar a quienes les simpaticen. Tratan de montar estructuras partidistas y, por lo general, la militancia de abajo debe subsidiar a sus direcciones nacionales que perciben a veces grandes ayudas del exterior y las cotizaciones de militantes en alguna medida, y nunca, nadie, jamás rinde cuenta. Cada militante debe poner, al menos, su número telefónico al servicio de reclutar e inscribir a los posibles partidarios. El buhonero de la política no tiene que justificar demasiado, porque es guapo y apoyado, su manejo viene de las redes, encuentra alguna platica para brindar a los más cercanos y van al norte o a otros países y lo entrevistan full diciendo sandeces, ¿qué se puede esperar de la improvisación?
Muchas veces hemos pensado que es un problema generacional o, por el contrario, de viejas prácticas que se han venido heredando a las nuevas generaciones, o que, simplemente, son los actores de esas generaciones pasadas los culpables. Realmente, va más allá. Cada vez son más escasos los creadores de nuevas ideas o de nuevas tácticas. Esta ausencia de creatividad ha originado la improvisación política que condensa muchas de las etapas del modelo convencional. Para evitar improvisar, los políticos deberían descubrir nuevos retos o estar claros de ellos para generar respuestas eficaces, práctica que no ocurre y termina generando un gran buhonerismo, sin intentar ofender el trabajo de los buhoneros.
Esta práctica insólita debe erradicarse si queremos un cambio en Venezuela, tanto de gobierno como de la política misma, pensar más en el común y no de manera individual o para satisfacer a nuestra organización. Los que hemos insistido, resistido y persistido hemos siempre propuesto diseñar una verdadera visón de país a pequeño, mediano y largo plazo para no incurrir en la improvisación y, por supuesto, en el buhonerismo político.
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