En el umbral de los tres meses desde el inicio de la invasión de Ucrania, la situación en el teatro de operaciones parece aletargada. Solo en el Donbass, fundamentalmente en el norte de Popasna y el baluarte Lysychannsk―Sievierodonetsk, donde el paso del río Donetsk resulta especialmente improductivo y cruento, se producen combates mayores con ganancias y pérdidas territoriales mínimas. Visto en conjunto, parece haberse alcanzado una suerte de punto muerto, mientras ninguna de las partes parece dispuesta a aceptar un alto el fuego. Las capitales (Moscú y Washington-Kiev) mantienen posiciones tan enfrentadas políticamente como balanceadas militarmente.
Putin persiste en vocear su percepción de inseguridad y, consecuentemente, su exigencia de garantías de seguridad. Simultáneamente, Zelenski, atiborrado de armamentos, dinero y equipamientos se ha divorciado de sus intenciones iniciales. Tales como aceptar las pretensiones rusas a cambio de renuncias territoriales (Crimea y el Donbass), y el desistimiento a su hipotético ingreso en la OTAN. En la actual línea político-militar de Zelenski, el presidente Biden ha aprobado un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania, de 40.000 millones de dólares. Asimismo, hace pocos días, la embajadora de EE. UU. ante la OTAN, Julianne Smith, en una conferencia en Varsovia, resumía la postura de Washington: «Queremos ver una derrota estratégica de Rusia; queremos que Rusia se vaya de Ucrania». ¿Acaso ignora Biden que Putin tiene ―como él mismo―, el botón nuclear al alcance de su dedo?
Así las cosas, parece evidenciarse que no hay solución puramente militar al conflicto. Que es necesario lograr un alto el fuego, que favorezca un impulso revitalizador de las gestiones diplomáticas El primer ministro italiano, Mario Draghi, lo acaba de expresar en su parlamento, decantándose por «llevar a Moscú a la mesa de las negociaciones» y abrir un debate sobre el papel de Italia en su respaldo a Ucrania. Intenciones similares asimismo expresadas por Berlín y París. En fin, empiezan a evidenciarse fisuras en el seno de la OTAN, cuando se percibe que la vía puramente militar no puede conducir a un estado final aceptable para todos. Se impone una solución diplomática que ataje tanta destrucción y tanto sangrado. En Ucrania y en el resto de Europa.