Hace justamente cuatro años, la tarde del 23 de mayo de 2018, Mariano Rajoy salía por el pasillo del Congreso con los Presupuestos Generales del Estado aprobados. Le garantizaban acabar la legislatura con comodidad, y como oposición política sólo estaba un Pedro Sánchez que brillaba por su ausencia en el escenario político y todas sus iniciativas pasaban prácticamente desapercibidas.
Hay quien dice que Rajoy salió esa tarde del Hemiciclo más serio de lo que correspondía al triunfo político que había logrado con el apoyo del PNV -otra paradoja- y era porque ya sabía que a la mañana siguiente iba a desayunar con un demoledora sentencia sobre la corrupción del PP y el llamado “caso Gürtel”.
Y así fue. El 24 de mayo de 2018 veía la luz un fallo judicial que condenaba al Partido Popular y a importantes dirigentes de esta formación política por la financiación irregular de su partido. El PP llevaba ya tiempo de desgaste político por los distintos procesos judiciales que estaba afrontando en torno a diversas formas de corrupción, con un desgaste electoral casi mínimo, pero la sentencia marcaba un antes y un después.
Pedro Sánchez fue quien lo tuvo más claro desde el primer momento. Y en esa mezcla de arrojo e inconsciencia que ha caracterizado su actuación política, decidió reunir de forma inmediata a su Ejecutiva en Ferraz para decidir qué medidas debían adoptar. Fueron horas de intenso debate con una carta a jugar muy arriesgada encima de la mesa: presentar una moción de censura que no tenía ningún viso de salir adelante.
Y Sánchez decidió tirarse a la piscina aunque en aquellos momentos no hubiera agua alguna. Encargó a Margarita Robles redactar el texto de la moción y registrarlo en el Congreso al día siguiente, sin haber hablado con ningún otro grupo parlamentario y con el riesgo de un nuevo fracaso de Sánchez, que ya había tenido una investidura fallida.
Pero esta vez, casi increíblemente, le salió bien la jugada. El PP anticipó todo lo que pudo la fecha para debatir la moción con la confianza de que Sánchez no tuviera tiempo de recabar los apoyos suficientes. Pero esta jugada se le volvió en su contra. No había tiempo para negociar un programa de mínimos y el líder socialista se aferró a un mensaje para buscar los apoyos que le hacían falta, que no era otro que decirle a los grupos parlamentarios si iban a cargar sobre sus espaldas mantener a un Gobierno salpicado por la corrupción.
El entonces líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, se trabajó y logró el apoyo de los partidos independentistas como ERC o EH-Bildu, pero quien decantaba el resultado de la moción de censura era el PNV, el partido que unos días antes había aprobado los Presupuestos del Partido Popular. Y el PNV decidió que Rajoy no debería seguir en el Gobierno.
El 1 de junio de 2018, a las 11.33 horas, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, anunció solemnemente que Sánchez había obtenido la confianza mayoritaria de la Cámara Baja para ser presidente del Gobierno, con 180 votos a favor, cuatro más de los necesarios.
El triunfo de aquella moción también cambió el mapa político. Fue el germen de una mayoría parlamentaria en la que todavía hoy se apoya el actual Gobierno de Sánchez y fue el inicio de un entendimiento con Unidas Podemos que un año más tarde conduciría a un Gobierno de coalición.
Además, Sánchez -como ya le ocurrió cuando fue echado de la Secretaría General del PSOE y luego la recuperó ganando unas primarias- renacía por segunda vez de sus cenizas cuando ya muchos daban por enterrada su carrera política.
Lo único que no ha cambiado mucho es que cuatro años después la corrupción sigue persiguiendo al PP y aquel primer caso parece que sólo fue la punta del iceberg de otros casos que ahora vuelven a acorralar al partido conservador.
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