Pocos lugares en la Península acumulan tantas leyendas y tradiciones como las Cuevas de Hércules en Toledo. Situadas en el callejón de San Ginés, donde antaño se alzaba la iglesia con ese nombre, el enclave albergaba en tiempos de la dominación romana una gran cisterna que abastecía de agua a la población. El templo católico fue demolido en el siglo XIX y sólo queda su muro de entrada.
Probablemente los antiguos pobladores iberos vivieron en esas cuevas que les ofrecían una protección segura. Pero tomaron el nombre de Hércules porque se aseguraba en tiempos de los visigodos que el lugar había sido la morada del héroe griego, hijo de Zeus, que había construido allí un fastuoso palacio donde practicaba las artes ocultas y la nigromancia.
Según la leyenda, Hércules guardó un inmenso tesoro, oculto en la red de cavernas que hay bajo la ciudad. Antes de morir, dejó un cofre cerrado, custodiado por numerosas puertas, y predijo que el que se atreviera a profanar su legado sería víctima de una terrible maldición.
El rey visigodo Don Rodrigo desafío el interdicto de Hércules, entró en el recinto subterráneo y abrió el cofre en el que se predecía la caída de su reino. El monarca murió poco después y los árabes conquistaron el territorio visigodo, dando cumplimiento a la profecía.
Fueron los invasores musulmanes quienes construyeron una mezquita que funcionó durante varios siglos hasta que Alfonso VI conquistó Toledo en 1085. Según una tradición oral, sus soldados se infiltraron en la ciudad a través de las cuevas y acabaron con sus enemigos. Décadas después, los cristianos demolieron la mezquita y construyeron un templo con sus piedras.
Las Cuevas de Hércules permanecieron cerradas hasta 1546 cuando el cardenal Silíceo, movido por la curiosidad y la ambición, ordenó una expedición para explorar el antiguo depósito de agua. No hubo resultados concretos en el empeño, salvo el hallazgo de varias estatuas romanas. Se dice que los hombres del cardenal bebieron agua del lugar y que murieron días después.
Todo lo relativo a las cuevas es hoy una leyenda en la que la ficción pesa mucho más que la realidad histórica. Pero sí que hay constancia de que la cisterna fue construida a finales del siglo I por los romanos, probablemente durante el imperio de Domiciano. Cien años después, la obra fue remodelada y se revistió la piedra de paredes de granito. También se construyeron tres grandes arcos bajo la bóveda y se dividió en dos el depósito, seguramente para racionalizar el consumo.
Aunque no está acreditado, tras la Reconquista, el lugar perteneció a un judío muy rico, llamado Samuel Haleví, que había prestado dinero a los reyes de Castilla y León. Cayó en desgracia y fue torturado por orden de Enrique II de Trastámara, apodado El Fratricida, para sonsacarle la ubicación del tesoro. Haleví murió sin decir una palabra, según relata Fernando Sánchez Dragó en su ‘Gárgoris y Habidis’. El monarca entregó la propiedad al señorío de Villena, cuyo titular tenía fama de brujo y nigromante.
Sánchez Dragó cita a un historiador llamado Vicente Risco, que aseguraba que existen increíbles tesoros en la red de cuevas de Toledo, una estructura laberíntica de muy difícil exploración. Es, por ello, por lo que decenas de personas se ocultaron en el paraje durante la Guerra Civil para evitar represalias. Lo que resulta cierto es que, en la vecina localidad de Mocejón, muy próxima a Toledo, existen unas enigmáticas cuevas en las que habitaron seres humanos en el año 4.000 antes de Cristo.
Las Cuevas de Hércules extendieron su fama más allá de nuestras fronteras de suerte que el marqués de Sade escribió un cuento sobre los tesoros allí ocultos y su maldición. «No te acerques si temes a la muerte», advirtió el filósofo libertino.
Tras ser declarado bien de interés cultural, el lugar ha sido restaurado y desde hace más de una década ha abierto las puertas a los curiosos. Hay ahora un museo. No ha sido posible encontrar las fabulosas riquezas de Hércules, probablemente porque nunca estuvo en Toledo. Pero, como subraya el personaje de la película fordiana sobre Liberty Valance, la leyenda debe prevalecer sobre los hechos.