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Contaba Julio Vargas en una de sus crónicas que el ya desaparecido barrio de las Injurias ni siquiera tenía entrada. El que quisiera llegar hasta él tenía que «despeñarse por las violentas cortaduras del terreno hasta un ancho barranco». «Lo primero que llama la atención –continuaba– es un arroyo de copioso caudal, cuyas negruzcas aguas repugnan a los ojos y ofenden el olfato. Al intentar descubrir el origen del hediondo vertedero y su pestilente riachuelo, uno cae en la cuenta de que son las aguas fecales de la atarjea del barrio de las Peñuelas que, tras engrosar las del alcantarillado general, se desbordan en el Manzanares por ese punto».
Este Madrid que describía por primera vez el intrépido periodista no...
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