En un par de semanas los chilenos definirán en las urnas quién los gobernará por los próximos cuatro años. Se presenta un joven de 35 años llamado Gabriel Boric, sin título universitario, socio en sus propuestas con el partido comunista y amante de los regímenes cubano y venezolano. Aglutina a aquellos miembros de la sociedad chilena, que siguen hablando de la ‘dictadura’ que terminó hace 32 años. También los une su devoción por un Estado grande y poderoso, por educación, salud y vivienda gratis y conceptos tales como plurinacionalidad y Estado de bienestar. Sus equipos asesores prometen más impuestos, más salarios y también terminar con el rodeo chileno, deporte nacional de masivo arraigo en el mundo rural. Boric, nunca ha trabajado en algo concreto, es un eterno dirigente y político ajeno al mundo real. Vive de consignas, evade responder preguntas técnicas y cambia de opinión según las circunstancias. Encanta a jóvenes idealistas que se han quedado en la adolescencia sin producir, ni pagar impuestos, ni hacer familia. Aglutina a rupturistas, okupas, sindicalistas perpetuos y a todos aquellos que sueñan con un mundo ideal, pero sin sacrificio real ni con mayor apego a la patria. Su rival es José Antonio Kast, un abogado de 55 años, ex diputado y padre de 8 hijos, quien aspira a un Chile libre, a un Estado pequeño, a recuperar las nobles tradiciones y a un país unitario en el que los chilenos vivan de nuevo en paz. Como es la tónica mundial, la prensa ha tildado desde siempre a Kast como ultraderechista e incluso lo llaman fascista, sin entender muchos qué es lo que ese término significa. En las elecciones presidenciales anteriores, Kast obtuvo algo menos del 8% de los votos. Nunca imaginó la izquierda dura que el trabajo consistente de Kast y su buen trato, llevaría a tantos a votar por él cuatro años después. Los habitantes del campo chileno se han volcado mayoritariamente en favor del candidato Kast, especialmente las regiones en donde los terroristas y narcotraficantes han infiltrado a los habitantes de origen mapuche en la Araucanía. La izquierda está nerviosa pues podría perder unas elecciones que pensaba tener en el bolsillo. El chileno común se aburrió de la delincuencia, de la falta de respeto por la policía y de la pérdida de identidad nacional. Chile está enfrentado a un dilema crucial: o triunfa un candidato socio de los comunistas, o se inclina la mayoría por un experimentado político, dispuesto a dialogar y que ha demostrado mucha consistencia en su discurso. Las elecciones sin duda serán reñidas, en medio de un proceso de redacción de una nueva Constitución, cuyo texto será plebiscitado en un momento todavía indefinido. La mayoría de quienes viven y producen en el mundo rural están esperanzados de que José Antonio Kast defenderá las tradiciones, la propiedad privada y en definitiva hará de Chile un mejor país. Chile, históricamente considerado un país minero, poco a poco se transforma de nuevo en un país agrícola no solo en la producción sino también en las urnas.
Andrés Montero
es empresario y columnista chileno