¿Alguien ha oído alguna vez a alguien decir en público que tiene SIDA? ¿Decir, simplemente, que es una persona seropositiva, portadora del VIH? ¿Alguien ha oído a alguien decir eso en una fiesta, en un desayuno de trabajo, en una reunión de vecinos, en una cena para conocer a la familia de tu pareja, en un concurso de televisión, en una clase de yoga, esperando con otros padres a que salgan las niñas del colegio? Es probable que nunca. Si ha habido casi 40 millones de personas infectadas en el mundo, si hay 160.000 personas infectadas que son ciudadanas españolas, pero nunca (salvo en contextos muy íntimos o de compromiso activista) has oído a nadie que lo cuente, es que hay un problema con la posibilidad de decirlo, es decir, una discriminación. Parece mentira que hayan pasado 40 años desde que empezó la pandemia del VIH y eso aún sea así; pero así es, y hay muchos motivos para que lo sea. El principal: la estigmatización que, además de la enfermedad y la muerte, acarreó ese virus.
Desde el principio de la pandemia se transmitió la idea de que las personas que se contagiaban y contraían el SIDA eran adictas a las drogas o eran promiscuas, lo cual no solo era falso, pues mucha gente se ha contagiado sin pertenecer a ninguno de esos colectivos o grupos de comportamiento, sino que, de ser cierto, tenerlo en cuenta supondría una, al menos, doble discriminación: penalizaría gravemente a las personas por su consumo de estupefacientes, así como a las personas que ejercen la prostitución o aquellas que llevan una vida sexual tan abundante como les dicten su libertad y su deseo (aún teniendo en cuenta que gran parte de la responsabilidad de la prevención ha de ser individual, a través del uso de preservativo o de unas prácticas sexuales más seguras). El estigma siga pesando. De hecho, la FELGTB ha lanzado una campaña llamada precisamente así, El peso del estigma, basada en una investigación entre personas LGTBI+ que reveló datos tristes y vergonzosos: 1 de cada 4 personas LGTBI diagnosticadas tarda más de dos meses en poder contárselo a alguien. Todas esas personas que no lo contaron en el entorno de trabajo o en el encuentro familiar, a las que ese ocultamiento provoca un sufrimiento puede acarrearles secuelas psicológicas. Solo 1 de cada 4 personas con VIH llega a compartir su diagnóstico en el ámbito laboral. Otro enorme, oscuro y frío armario que enferma a toda la sociedad.
En la Comunidad de Madrid se registra el 25% de los nuevos casos de contagio por VIH de todo el territorio nacional. Sin embargo, tal y como informa GOGAM, las personas que se consideren vulnerables a ese contagio solo disponen de un centro público, el Centro Sanitario Sandoval, donde les sea dispensado el PrEP. Esta profilaxis preexposición consiste en una serie de medicamentos altamente eficaces para prevenir la infección por VIH en poblaciones de riesgo. Es un tratamiento oral, unas simples pastillas que impiden que las personas portadoras del VIH desarrollen carga vírica, es decir, se evita que enfermen de SIDA y que sean más contagiosas. En otras comunidades autónomas con un número mucho menor de usuarios hay hasta veinticincos centros sanitarios que dispensar gratuitamente el PrEP.
Ahora que la sociedad está más concienciada sobre las políticas públicas relativas a la gestión epidemiológica, conviene recordar que antes de la COVID estuvo el SIDA, que aquí continua y que el objetivo ha de consistir en contener la circulación del virus. Para ello hacen falta medidas preventivas y una voluntad que es difícil esperar de un gobierno, como el madrileño, que va de la mano de Vox, los ultraderechistas que con su voto vetaron el otro día en el Congreso de los Diputados una simple y llana declaración institucional con motivo del Día Mundial contra el Sida. Ante semejante bajeza, cómo va a extrañarnos que la Comunidad de Madrid niegue el tratamiento a personas migrantes con VIH por encontrarse en situación administrativa irregular (ni hablemos de por qué en África subsahariana se concentra el mayor número de víctimas del SIDA, alrededor de un tercio del total del mundo). En fin, esos posicionamientos políticos son el padre de todas las discriminaciones, el padre de todos los estigmas.
Cuando nos preguntemos dónde están, quiénes son esas 4.000 personas que cada año se diagnostican como portadoras del VIH o enfermas de SIDA en el Estado español, tendremos que afrontar que, con tales cargos electos, acabamos siendo una sociedad basura que estigmatiza a su gente, que la desprecia, la hace sufrir. Y respondernos que las personas portadoras del VIH o enfermas de SIDA, que no sabemos dónde están ni quiénes son, estaban en aquella fiesta, en ese desayuno de trabajo, en aquella reunión de vecinos, en esa cena para conocer a la familia de tu pareja, en aquel concurso de televisión, en esa clase de yoga, esperando con otros padres a que salgan las niñas del colegio. Algunas hasta tendrán familiares y amistades en Vox.