Como los poemas, los palos del flamenco se diferencian unos de otros por sus estrofas. También por el compás sobre el que se cuadran, su origen, su intención y, sobre todo, por la melodía, último atributo que los define. Son muchos, variados y, a su vez, se dividen en los estilos que le otorgan los artistas particulares y los territorios. Así podríamos ponerle a algo aparentemente sencillo apellidos de alta nobleza: seguirilla de Jerez de Manuel Molina en la versión de Manuel Torre. Una maraña. La clave de todo, para que no se asuste, la deshoja José de la Tomasa en un zarpazo de tres versos: «El cante por soleá/dice mucho en una boca/y en otra no dice ná». No hay, entonces, cantes grandes ni chicos, sino bocas talentosas o con carencias. Conocer la extensa baraja no sirve de nada si eso no llega como un paso posterior al deleite, por eso quien por aquí se asoma como un curioso solo debería comprometerse con el primer goce. ¿De qué vale saber que ese texto del poeta Carlos Germán Belli es una lira si no entendemos lo que ha de transmitirnos, su contexto, su razón de ser? Pues lo mismo. Primero, la emoción. El sentir, que es la única certeza de la que disponemos en un arte con tan pocos documentos.
Como seres organizados, tendemos a contar la historia desde el principio, para así seguir una cronología lineal. Pero si esto va de atrapar a posibles aficionados, arranquemos casi por el final. Camarón de la Isla inventó un palo en los 60 junto a Paco de Lucía, la canastera, basándose en la estructura del fandango; El Lebrijano, sobre la bulería, inventó las galeras. Turronero, las turroneras. Y la Niña de los Peines, anterior a los anteriores, las bamberas, a partir de los cánticos folclóricos de columpio, procedentes de la otra orilla del Atlántico. Los palos, por tanto, se mueven, avanzan y, si otros los reconocen como tal y los desarrollan, se establecen. ¿Sabía que ‘La leyenda del tiempo’ es una bambera por bulería? Fueron Fosforito y Paco de Lucía los primeros en hacer este palo de moderna invención a compás de soleá por bulería, luego llegó el de San Fernando para acelerarlo aún más. El folclore gallego se convirtió en farruca, otro palo, gracias al Sur. El asturiano, en praviana y montaseña. Y quién sabe si la globalización nos dejará más adelante alguna que otra rareza extraordinaria.
Cuerpo de soleá
Dicho esto, lo más preciso será mencionar ya la soleá, mucho más lejana en el tiempo. De tres y cuatro versos, carácter sentencioso y con su raíz entre las provincias de Sevilla y Cádiz. Estilos, en Triana, hay para dificultar la vida al mejor de los flamencólogos (flamencólicos, los llamó Enrique Morente). También en Alcalá, Lebrija, Utrera, Marchena y Jerez, más áridos, y en Córdoba y Cádiz, de mayor bamboleo, nos topamos con más estilos. A la soleá que se hizo bulería se le llama soleá por bulería. Y a la bulería que se hizo soleá, bulería por soleá. Acudamos, sobre el mismo compás de amalgama subido de ritmo y con las acentuaciones modificadas, hacia palo festero por excelencia: la bulería.
Antonio Mairena
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ABC
Y es que decir bulería es decir, de nuevo, Jerez. En Cádiz capital toma un tinte especialmente jocoso y en Utrera una forma pausada. En Extremadura, lo más parecido que encontramos es el jaleo. Las coplas también pueden cantarse por bulería y los romances, como difundió Antonio Mairena, así se transmiten por vía oral, como unas pastillas remotas que cabalgan a través de la sangre, ensachándola, vadeando fugazmente los siglos. ¿Conoce la alboreá, eso que los gitanos interpretan en sus bodas como triunfo en la meta del noviazgo? Pues comúnmente se asienta sobre el tres por cuatro de la bulería. Y más palos y palos y palos.
El más dramático de los palos
Cambiamos de estrofa y de compás, también de velocidad, más calmada, para agregar a la lista el más dramático y plañidero de los palos del flamenco: la seguirilla. Bastión del dolor, crudeza enconada en un ‘ay’, expresión de la individualidad. Lo visceral toma protagonismo y la muerte presencia. Los territorios se reparten los estilos y a su alrededor observamos las variantes que orbitan como pequeños asteroides. La liviana, más sosegada; la serrana, mucho más exigente para el intérprete; y las cabales, unas seguirillas con tonos mayores y amplios arcos melódicos para embellecer el remate, son las más populares. La serrana y la liviana son a la seguirilla lo mismo que el polo y a la caña a la soleá. Primos cercanos que difieren unos de otros en su melodía. La del polo y la caña, por ejemplo, encierran unas escalas muy características que como ondas se repiten.
Algunos palos se fraguaron al calor de las labores, en los oficios. Y en ese sentido tienen especial relevancia aquellos que no llevan acompañamiento de guitarra. Es decir, las tonás: martinetes, trillas, temporeras. También la debla que a todos nos descubrió Tomás Pavón y los corridos. Cantes, todos ellos, a palo seco. La saeta y la carcelera, rezo individual de todo un pueblo, son otros estilos de tonás.
Tangos y cantiñas
Golpeo las teclas, mientras pienso, y en el contacto entre el ordenador y las yemas voy dibujando el compás de los tangos. A diferencia de los anteriores, un compás binario. Muy marcado, sonoro, contagioso, con silencios que si como yo escriben esto de esta forma (ta, pum, ta, ta...) se extenderán por su teclado. Extremeños, malagueños, granadinos, trianeros, gaditanos... Los tangos son, junto a la bulería, el alma mater de la fiesta. Al ralentizarse se vuelven tientos o, quizá, marianas, lo que guarda cierta similitud con la zambra. Tiene la mariana un aire fronterizo, de trashumancia. Y una mención a la inversa merece la polirritmia de los tanguillos, tan vivarachos, y el zapateado, palo que queda casi en exclusiva para el baile y la guitarra.
En Cádiz, encallan las cantiñas: la cantiña propiamente dicha, las alegrías (las más grabadas de la historia, esas que comienzan por el ‘tirititran’), la romera (con una variación melódica, algo más en desuso), el mirabrás (con carácter de pregón), los caracoles (popularizados por Antonio Chacón) y la rosa (desaparecida en combate). La bahía ha originado este paisaje salobre para expresarse en el pentagrama que van dictando las olas.
Del fandango y sus vueltas
Y en el resto de enclaves, de bruces nos topamos con el fandango, de cinco versos, compás ternario, con la resolución del conflicto que se plantea en el último tercio, esencia popular y, a menudo, pretensión de relato breve. Al evolucionar su melodía y despojarse del compás, quedó libre en los esquemas de las granaínas, malagueñas, fandangos naturales, que así se llaman, sí, cuando se independizan del ritmo, y los cantes de Levante. Estos son: murcianas, cartageneras, levanticas, mineras y tarantas, vinculadas en muchos casos a los gemidos que los mineros compartían desde sus galerías. Cerramos este párrafo dedicado a los fandangos nombrando a los abandolaos. Habitualmente, sirven de cierre a las malagueñas y otros estilos libres, como un punto final acompasado y dorado henchido de música elocuente. Aún así, podríamos escucharlos por separado, como se demuestra en la lista de Spotify donde recogemos unas cuantas horas de ejemplos. Son el zángano, la rondeña, la jabera, el jabegote y los verdiales. Abandolaos; o ‘abandonaos’, como los han bautizado quienes los añoran en los repertorios de los cantaores actuales.
La cantaora onubense Rocío Márquez
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Iván Malý
Terminamos esta seguirilla agónica (la de explicar, con cajas y etiquetas, una cultura viva en la que gobierna la anarquía), con los cantes de ida y vuelta. Esos de aire, letra y cuerpo transoceánico que cobran diferentes rostros en las guajiras, vidalitas, milongas, habaneras, rumbas y colombianas, creación sublime de Pepe Marchena. Más líricos y volubles, sentimentales y con exotismos.
¿Qué hay de las nanas flamencas? ¿Y del garrotín, cuyo fraseo utilizó Joaquín Turina en una de sus composiciones? ¿Dónde está la petenera de origen incierto y aúrea de mala suerte? Pues dentro de este revulsivo donde todo se parece y poco se esclarece. Y es que los entendidos de lo único que de cuando en cuando presumen es de dominar, en cierto modo, la maraña. Un consejo: mucho mejor perderse en ella. No entender del todo y simplemente disfrutar. ¿Tan importante era saber que aquel poema era una lira?
