Japón anunció hace un par de semanas, el 9 de marzo, que no habrá espectadores extranjeros en los Juegos de Tokio. El público será local nada más. Ah, y falta ver todavía si les permiten llegar a la gran ciudad a los nipones que provengan de las islas más lejanas del archipiélago siendo que la situación sanitaria se ha complicado en los últimos días y que puede ocurrir –a estas alturas todavía, con todo y las vacunas y a pesar de que las autoridades de salud del Imperio del Sol Naciente han manejado el tema incomparablemente mejor que en estas tierras nuestras— un serio rebrote de la epidemia. En varias regiones se han decretado, por lo pronto, estados de emergencia. La campaña de vacunación comenzó apenas a mediados de febrero y va un tanto retrasada lo cual ha levantado muchas críticas.
Justamente, parece ser que está comenzando una tercera oleada de contagios en el Viejo Continente y los japoneses son, ante todo, un pueblo disciplinado, responsable y ordenado muy poco dispuesto a afrontar una situación parecida en sus comarcas. Lo que son las cosas, oigan: Estados Unidos, bajo la férula de un demagogo populista, fue uno de los países que más inadecuadamente respondió a la llegada del SARS-CoV-2. Pues ahora, gobernados por un hombre sensato y honrado, van a la cabeza en el combate a la pandemia.
Japón debería de recibir algo así como un millón de visitantes del exterior si los Juegos Olímpicos se llevaran a cabo como en los tiempos normales. Estamos hablando de 900 mil aficionados que han comprado billetes para las distintas competiciones y a esta cifra tendríamos que añadir las que corresponden a los atletas, los entrenadores, los ayudantes y los medios de prensa.
Ocurre, además, que tres de cada cuatro japoneses, inquietos por la cuestión de los contagios, no quieren turistas de fuera en las Olimpiadas. Ya de por si no les gustaba demasiado la idea de que tuviera lugar la magna competencia y el supremo Gobierno nipón fue el que se emperró, contra viento y marea, en seguir adelante (y en eso están y en eso siguen, los gobernantes de aquel país).
Pero, bueno, 206 países acudirán de todas maneras a la cita olímpica y se preservará así el espíritu universal de los Juegos. Y las gradas no estarán enteramente vacías: finalmente, cuatro millones de japoneses también compraron entradas.
El comité organizador esperaba recuperar una parte del colosal costo de la competencia (unos 15 mil millones de dólares, la cifra más alta de todos los tiempos) con la venta de boletos (850 millones de billetes verdes). Pues, ese dinero nos les llegará al impedir la presencia de espectadores extranjeros en las competencias.
Van a ser un Juegos un tanto tristes, sin público (bueno, salvo los locales) y sin festejos en el graderío. Se van a celebrar, eso sí, a pesar de todos los pesares, a partir del 23 de julio. La necedad a veces sale muy cara.