Vienen de nuevo elecciones, acompañadas de un gran reto: serán las más grandes de la historia. La pregunta es: ¿Se repetirá la mecánica de la apatía y la flojera de pensar a fondo sobre nuestro destino? Es triste que el rumbo del país lo decide una minoría; las mayorías se abstienen de ejercer su derecho al voto, ya sea por fastidio, desilusión o incredulidad. Lo terrible es que este sector apático de la población, sigue pensando que los políticos son un grupo aparte o independiente; no alcanza a entender que los políticos son la consecuencia y el producto directo de nuestro estrato mental. De ser pasivos o proactivos. Sentarse a culpar a los gobernantes y criticarlos en redes sociales o en la mesa de un café, ha sido el deporte favorito generación tras generación. Esta última ya digitalizada. Intentar arreglar el país en la banca de una plaza y en estériles discusiones, no abona nada al cambio que necesitamos como nación. El enorme reto que tenemos es el de pensar por nosotros mismos; algo que le provoca una flojera terrible a un gran sector de la población. Los jóvenes se ufanan de sentir alergia por la política; ni se enteran de que su futuro económico ya está hipotecado desde antes de que nacieran, justamente a causa de la apatía ciudadana que ha permitido el establecimiento de leyes atropellantes y absurdas. Cuando los ciudadanos se vuelven indiferentes, los políticos se despachan con la cuchara grande. No se trata de votar por el menos peor, se trata de una exigencia ciudadana que debe llegar a transformar las bases de la mal llamada democracia: el mismo círculo apostado en el poder, impide la llegada de mentes nuevas y posturas frescas. No basta cambiar el color de la silla presidencial; tienen que transformarse los cerebros y los corazones.
