LA HABANA, Cuba. – Es cierto que las bodegas de ayer ya representan una antigua institución de la vida cubana. Lo que vino luego de la llegada del “Comandante en Jefe” a La Habana fue una pésima copia de lo que entonces conocían los cubanos.
Por supuesto que las bodegas no eran un signo imperialista de los que, según Fidel, había que deshacerse. Nada de eso: eran bien cubanas. Sus dueños, por lo general, eran vecinos nuestros nada ricos que se hicieron de un negocio honrado con gran sacrificio, verdaderos comerciantes conscientes de las necesidades del pueblo. También los había españoles, establecidos en Cuba para siempre.
Como dice un escribidor, muy conocedor de las bodegas de antaño, no es cierto que fueran un lugar de encuentro y reunión de los vecinos. Para los vecinos estaban las sociedades, de acuerdo a sus oficios y gustos.
Una bodega era, simplemente, un lugar donde se vendía lo necesario para satisfacer las necesidades de la alimentación, todo por la libre, sin limitación alguna: desde pescado seco, como bacalao y arenque hasta camarones, coñac y vino español, garbanzos mexicanos, jamón, chorizos y el mejor arroz traído de China.
Lo menos que hacían los cubanos en las bodegas de ayer era conversar o chismear sobre amores o asuntos relacionados con la política, como hoy en las largas colas, donde en susurros, se comenta la situación económica de Cuba bajo el castrismo, en pleno colapso. Había mucho que hacer y a la bodega se iba a comprar, no a perder el tiempo. Comprar en un breve tiempo, a pesar de haber en la bodega un solo dependiente o el mismo dueño.
Recuerdo, como si fuera hoy, aquel día de 1962, cuando el gobierno de Fidel Castro confiscó los comercios de los cubanos y los españoles nacionalizados. Para esa fecha, los anaqueles de las bodegas estaban casi vacíos y eran contemplados por personas de miradas tristes y silencio.
A lo largo de la revolución castrista, me he preguntado, puesto que en Cuba siempre ha habido papel para los periódicos oficialistas, por qué en las bodegas de hoy no hay cartuchos para envolver el producto que se compra y las personas tienen que cargar con molestos envases plásticos para llevarlos, o comprar a escondidas jabas de nailon a vendedores ilegales en la misma puerta de las bodegas.
En fin, que la historia de las bodegas de hoy se las trae. Siempre he procurado que vaya una persona por mí. En estos 60 años de castrismo ha sido demasiado deprimente el espectáculo. Y cuando se pensaba que ya no podía empeorar más, las bodegas están tan vacías que casi han desaparecido.
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