La nueva novela de Gabriel Elorriaga Fernández (Ferrol, 1930), abogado y político, antiguo diputado y senador, escritor de larga trayectoria, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, entre otras distinciones, es un artefacto extraño. Se titula «Diktapenuria» (Última línea), y cuenta las peripecias de Simón Llaves, un huérfano cuyo padre fundó la República de Modernia, un régimen nada ejemplar, con una población empobrecida hasta el dolor, a pesar de sus reservas petrolíferas. El que hereda el poder de ese país ficticio es el vicepresidente Madero.
«Simón unas veces se sentía un parásito del tronco seco de un político muerto y otras un príncipe destronado de una dinastía revolucionaria», escribe Elorriaga. De él dice que ha sido mimado hasta el extremo, que se ha criado en una mansión señorial, que está empadronado en Madrid, y que tiene la habilidad de «dialogar con gentes de todas clases sociales y niveles económicos». Eso es lo que le permite explorar este mundo imaginario que no esconde sus referentes reales: además de Modernia (Venezuela), tenemos Ambigua (Cuba).
Hay de todo en esta historia. Aventuras y amor, por supuesto, pero también ingredientes propios de la distopía: experimentos científicos de raigambre transhumanista que proponen prolongar la vida congelando cadáveres o trasplantando cabezas a cuerpos más jóvenes. Los gobernantes viven hostigados por un final que se acerca, y esa ansiedad los lleva a intentar prolongar su mandato por todos los medios, hasta los más delirantes.
En ese mundo se mueve Simón, que poco a poco empieza a comprender la hondura de la podredumbre del sistema, y la distancia que media entre los discursos oficiales y la realidad del pueblo, su miseria. Sobre todo cuando conoce la libertad, y todo lo que ella implica…