“No tenían que morir así”, escribe el Papa en su última encíclica sobre los miles de ancianos fallecidos en soledad durante la pandemia. La frase resume un 2020 duro para todos, pero dramático para muchos mayores. Ahora que, con la llegada de la vacuna, comienza el principio del fin de la pesadilla, se comprende el deseo de pasar página cuanto antes y tratar de recuperar el tiempo perdido.
El sentimiento es comprensible, pero nos privaría del derecho, de la obligación incluso, de aprender algo de la encrucijada histórica que nos ha tocado vivir. Es la propuesta de los obispos españoles al poner a los ancianos en el centro de la Jornada de la Sagrada Familia que tuvo lugar el último domingo del año. La humanidad es hoy capaz de grandes hazañas, como conseguir en tiempo récord la vacuna para el coronavirus, pero ha perdido en muchos casos una capacidad tan básica como garantizar a sus mayores el lugar de respeto que merecen.