La expulsión de Leo Messi en las postrimerías de la final de la Supercopa es un fiel reflejo del estado de ánimo en el que vive sumergido el Barcelona, irregular en las sensaciones que transmite e incapaz de encadenar tres buenos partidos. Nunca una tarjeta roja diagnosticó de forma tan ajustada el mal que padece un equipo emocionalmente hundido e incapaz de recuperar la mentalidad ganadora en las grandes citas, como si las dolorosas y humillantes derrotas ante Roma, Liverpool, Bayern o Juventus vivieran instaladas de forma perenne en el recuerdo del vestuario. Un síntoma de frustración que confirma el año de transición por el desierto de un Barça que se empeña en engañar a su afición con algún destello puntual.
Las brillantes victorias ligueras en Huesca, San Mamés y Granada han sido espejismos que han vuelto a ubicar al equipo en el lugar que se ha ido ganando a lo largo de la temporada. Incluso los problemas para eliminar a la Real Sociedad en la semifinal quedaron disimulados por la alegría final tras una tanda de penaltis que confirmó a Ter Stegen como el mejor jugador del equipo azulgrana, dudoso mérito para un club que tiene en sus filas a las estrellas más rutilantes del panorama mundial. La derrota ante el Athletic despertó de nuevo viejos vicios de un vestuario que solo comparece cuando el viento sopla a favor. En La Cartuja solo salió Griezmann a dar la cara, aunque radiografió la cruda realidad que se vive en el Camp Nou. «Hemos cometido errores en estrategia y habrá que trabajarlo bien durante la semana. No hemos defendido bien, no hablamos... Cuando sale el balón alguien tiene que gritar», expuso el galo.
Fue el único gesto de autocrítica de un club que insiste en blindar a Messi de sus errores y apoyarle aunque la roja que vio fuera indiscutible. «Son los últimos momentos del partido... Estás con mucho contacto con los rivales. A veces pasa, no se le puede decir nada. Creo que Messi es un jugador limpio, que suele recibir, no dar», justificó Guillermo Amor, director de relaciones institucionales del Barcelona, que se vio apoyado en su comprensivo discurso por Ronald Koeman: «Entiendo lo que ha pasado. No sé cuántas faltas han hecho. El jugador intenta driblar y no puede porque cada vez le hacen falta. ¿Si le disculpo? Tengo que ver la jugada». La expulsión, además, le puede salir muy cara al club y al jugador, con una suspensión de dos a cuatro partidos. No obstante, los servicios jurídicos de la entidad están preparando alegaciones para rebajar el castigo.
El PSG ya no se esconde
Y a la zozobra que azota al club, inmerso en una grave crisis económica e institucional, se le suma la situación contractual del argentino, liberado para poder negociar su futuro a partir del 30 de junio aunque asegurara que no tomaría una decisión hasta la llegada de un nuevo presidente. Su desencanto y su frustración siguen haciendo mella en un momento en el que su hartazgo y ansias de liderar un proyecto ganador podría llevarle a cortar definitivamente amarras con el club azulgrana. Y en Europa lo saben. De hecho, el PSG echó algo más de leña al fuego al asegurar que no descartan ficharle. «Grandes jugadores como Messi siempre están en la lista del PSG. Estamos sentados en la mesa de todos los que siguen este asunto de cerca. Bueno, en realidad no estamos sentados, pero nuestra silla está reservada en caso de que... », aseguró Leonardo de Araujo, director deportivo del club parisino, en «France Football».