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Virginia Hall nunca habló de sus seis años secretos en Francia. No escribió memorias jactándose. Jamás concedió entrevistas. «Muchos de mis amigos fueron asesinados por hablar demasiado», rezongaba. Cuando murió en un hospital adventista de Rockville (Maryland), el 8 de julio de 1982, a los 76 años y tras largos achaques, para sus vecinos del minúsculo pueblo campestre de Barnesville era sólo una granjera más. Usaba muletas, porque le faltaba una pierna, y vivía con su marido, mucho más joven y bajito que ella, en una coqueta mansión afrancesada con un terreno circundante de doce hectáreas. Tal vez algún allegado supiese que era también una empleada jubilada de la CIA, pero poco más...
«Una mujer sin importancia». Sonia Purnell. Crítica,...
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