Cruda, asada, tostada, hervida y en sopas, etc.; hay muchos modos de comerse esta hortaliza, la reina del otoño y el invierno, de las tardes oscuras y largas de frío. Su gruesa piel le permite medrar en las estaciones del año más inhóspitas y llegar a nuestros hogares y nuestra cultura a través de múltiples utilidades: como alimento, como objeto decorativo, como contenedor de objetos, como botella de licor fermentado, para asustar, etc.
En el campo de la gastronomía son miles las recetas a base de calabaza, que van desde las sopas, guisos, rellenos y caldos, a la repostería más refinada, pues el cabello de angel es en realidad filamento de calabaza, o a la destilería, ya que en algunas culturas su carne se fermenta para conseguir un licor.
Adicionalmente, en los países anglosajones su significación va más allá de la cocina: la calabaza como símbolo de lo misterioso, de lo incierto que nos deparará el invierno, todo ello encarnado en la noche de Halloween. Pero no es sorprendente su extraordinario peso cultural y gastronómico en las estaciones ancestralmente más adversas, si tenemos en cuenta su gran potencial nutricional, que le permiten ser una especie de oasis alimenticio en medio del desierto que es la huerta invernal. Dicho potencial puede resumirse en las siguientes virtudes.
Si bien en los países mediterráneos se comen poco, lo cierto es que las semillas de calabaza son perfectamente comestibles y muy ricas en nutrientes. De hecho, antaño el grueso de las calabazas se cultivaban para el aprovechamiento de la simiente y sus virtudes culinarias, mientras que se desechaba el consumo de la pulpa. Sin embargo, progresivamente y con la aparición de nuevas variedades de pulpa más carnosa y sabor más dulce el consumo se inclinó hacia la carne.
Pero la semilla de calabaza, de color verde oliva, es dulce, tiene textura untuosa y un ligero sabor a como de nueces. Y como toda semilla, contiene una alta concentración en minerales como el zinc, el fósforo, el cobre, el potasio, el hierro y el magnesio. Por otro lado son una nada desdeñable fuente de ácidos grasos omega 3, algo de lo que carece la pulpa.
Además concentran muchas vitaminas, antioxidantes y aminoácidos esenciales como el triptófano y el glutamato. Finalmente, subrayar que las semillas se pueden consumir crudas, aunque también puede tostarse y salar un poco e incluso hay quien las cocina al vapor. Para terminar, apostillas que en muchas zonas de Asia extraen un aceite comestible de las semillas de la calabaza.