Mientras que responsables políticos, padres, madres, docentes... tratan de buscar un sí o no rotundo sobre si los niños deben volver al colegio, para Mar Romera, maestra, licenciada en pedagogía y en psicopedagogía, «no existe una respuesta única y universal».
«Cuando hablamos de infancia, deberíamos ponernos en la posición de los niños y usar el sentido común«, explica la experta, para quien la respuesta a la gran pregunta que se hace ahora mismo toda España depende de «cada familia o cada niño», a quienes les corresponde «encontrar la mejor respuesta en función de sus circunstancias». Y lo ejemplifica de una manera muy simple: «Si vivimos en un sitio donde hay más familias, niños, menores que se relacionan entre sí, donde se permite el juego libre, etc. y está combinado con papas y mamás que dedican el tiempo a los pequeños, no tiene sentido ir a la escuela. Pero si tenemos hijos únicos, por ejemplo, que no tienen relación con otros niños, viven en espacio cerrados, sus padres no pueden dedicarles tanto tiempo, etc. van a ganar mucho más si están escolarizados. Lo mismo sucede si hablamos de familias en riesgo de exclusión, con atenciones deficitarias, e incluso, donde hay malos tratos«. Para Romera, de hecho, este tipo de «d
ecisiones unilaterales no deberían tomarse desde las administraciones«.
Además, mientras que todos los padres y madres dudan sobre si llevar a sus hijos al colegio o no por miedo al contagio, para la experta, este aspecto «queda en un segundo término». «El contagio es algo importante, sí, -explica- pero sabiendo cuáles son los riesgos de la infancia: niños desprotegidos, en riesgo social o maltratados me parecen situaciones mucho más graves que un contagio. ¡Estamos arriesgando mucho más!«. Por ello, insiste: »E
s prioridad la infancia, no el adulto. Sé que suena muy fuerte pero pretendo ver esta situación desde los ojos de los niños«.
Según Romera, el debate no debería centrarse en si abrir o no los colegios, sino «sobre qué necesitan los niños» porque abrir la escuela en condiciones en las que se tenga a los menores separados en cubículos de plástico, como ha sucedido en Tailandia, «mejor no hacerlo».
Un cambio de escuela
«Desde mi punto de vista, lo que deberíamos hacer para sacar provecho a esta crisis es
evolucionar hacia un modelo educativo que ya estaba obsoleto. Lo que no vale es volver al cole por volver. Cuando los políticos dicen que durante este confinamiento hemos perdido 1 de cada 3 niños porque no han estado conectados. ¿Cuando niños habíamos perdido antes de la pandemia? ¿1 de cada 3 también, no? Entonces, ¿dónde está la diferencia?«, pregunta.
Para la experta toca, por tanto, evolucionar hacia una nueva escuela con «autonomía pedagógica y responsabilidad» porque «en el siglo XXI ya no vale que los pequeños estén sentados mirando hacia la maestra y la pizarra».
Dicha autonomía «significa que una escuela rural, con 30 alumnos, no puede tomar las mismas medidas que otra de una gran ciudad con 2000 alumnos porque es absurdo». En segundo lugar, y pasando por esa autonomía pedagógica de los centros, «necesitamos una ruptura con espacios, horarios y profesorado». Es decir, «la estructura curricular que tenemos, que está obsoleta, debe pasar a ser transdisciplinar y que cada centro gestione su modelo educativo», ya que un colegio con jardín y huerto, por ejemplo, no puede regirse por las mismas normas que otro que no tiene dichas instalaciones.
«Si estamos apostando por un modelo creativo y competencial, no podemos regirnos por la misma norma», insiste Romera. «Si yo quiero trabajar por proyectos, desde un perspectiva de resolución de problemas y pensamiento crítico, evidentemente tengo que utilizar todos los recursos de los que dispongo, pero tengo que romper con la norma de una escuela del siglo pasado, en la seguimos anclados». Lo peor, para la experta, «es que queremos volver a la normalidad. Y yo no quiero«, asegura contundente, »porque no me gustaba esa normalidad«.
Alcanzar ese nuevo modelo de escuela no es fácil. Exige de una gran «responsabilidad individual», advierte la pedagoga. «Es decir, todos, personas e instituciones, tenemos que apostar para sumar. Hay que aportar. Ya sé que solo se piden cosas, por ejemplo, más recursos humanos. Y está bien. Pero, ¿qué hacer con ellos? ¿Seguir dando clases de 45 minutos con un profesorado mal preparado y con estructuras sin autonomía? Entonces no sirve de nada», asegura.
«Necesitamos de una vez por todas pensar en los niños, que siempre caen en el olvido y los ponemos en un tercer plano en función de nuestras necesidades. Pensamos en votos, estadísticas, conciliación, contagios… pero nunca pensamos en los niños. Y si pensáramos de verdad en ellos, mejoraríamos todas esas cifras«, concluye.
