Un día, ojeando la prensa, Icíar Bollaín descubrió una empresa japonesa que facilitaba a las novias todo menos el novio. Su intención era proporcionar un rato de diversión que se resumía en un álbum de fotos similar al de una boda; no se trataba de enlaces reales. Pero la cineasta descubrió, junto a la guionista Alicia Luna -con quien ya había trabajado en «Te doy mis ojos» (2003)-, que hay personas («más de las que pensamos») que se dicen «sí quiero» a sí mismas. «Hay muchas formas de hacerlo. No tiene que ser con una ceremonia tan llamativa como la de Rosa, que lo único que quiere es ser su prioridad. Esto también sucede cuando te prometes darte más espacio a ti», reflexiona la directora, que presenta «La boda de Rosa» en la gala inaugural del Festival de Málaga el mismo día en que la película llega a la cartelera.
P - Entonces, ¿existe una necesidad real de casarse con uno mismo?
R - Creo que sí. Creo que hay un momento en la vida en el que necesitas darte más espacio, porque por diferentes motivos se lo has ido dando a otros. O porque eres madre o porque tienes un trabajo que te consume, o porque tienes una familia que te exige mucho. Y ¡ojo!, que esta película no va en contra de la familia convencional porque sea una boda con una misma. Más bien al contrario; es una celebración de la familia como grupo humano que se puede ayudar mucho, pero compartiendo las cosas.
P - Pero los roles familiares están cambiando. ¿Eso hace más difícil a gente como Rosa saber dónde está «su» lugar dentro de una familia, o les da más libertad?
R - Todavía hay mucha carga que cae sobre las mujeres porque culturalmente es lo que se espera. Nos han educado mucho en cuidar. Todavía cuesta romper ese rol, que no quiere decir que dejemos de ejercerlo, solo quiere decir que compartamos esos cuidados. Cuando lo hace un hombre se celebra mucho y cuando lo hacemos nosotras es lo normal. Hasta que eso no cambie...
P - Esa presión también aparece en el plano profesional.
R - Se puede leer de muchas maneras. Rosa no solo tiene una familia que escurre el bulto, también tiene una jefa que le carga con toda la responsabilidad, pero no le echa ni una flor. Tiene un novio que, aunque es un amor, le da trabajo. Hay muchas cosas contadas con aparente ligereza, pero «La boda de Rosa» nos hace muchas preguntas. Hay otro tema que a mí me toca mucho, que es la relación de Rosa con su hija (Paula Usero). Se da cuenta de que está poniendo unas expectativas sobre su hija y ella siente que no puede cumplirlas. Eso, cuando tienes hijos adolescentes, te atormenta.
P - Es una historia de mujeres, pero ¿es para mujeres?
R - ¡No! En el equipo había muchos que me decían «yo soy muy Rosa». Hay una cosa muy graciosa que decía mi padre. Todo el mundo en la vida va con una carretilla y hay gente que la lleva bocarriba y todo le va cayendo, como a Rosa; pero hay otros que la lleva boca abajo, y las cosas resbalan y no le caen dentro. Él se sentía un carretilla para arriba. No es cuestión de roles, pero las mujeres tenemos eso. Se espera de nosotras que seamos cuidadoras. Pero el no tener control sobre tu vida y el que los demás aprovechen que eres buena persona... eso te puede pasar independientemente del género. Y si no te sientes identificado con eso, puedes hacerlo con el hermano de Rosa, que está separándose, o con la hija, que se ha ido al extranjero y no lo está yendo como esperaba, por ejemplo.
P - «La boda de Rosa» está, en muchos aspectos, conectada con su pasado.
R - Me ha permitido volver a trabajar con Alicia [Luna («Te doy mis ojos», 2003)], que es algo que llevaba mucho tiempo buscando y me ha reencontrado con Candela (Peña). Pero más que nada siento que he vuelto a contar una historia más personal. «En tierra extraña», «El olivo» y «Yuli» han sido alucinantes, me han llevado a contar relatos que yo no hubiera escrito, y el ejercicio de hacerlos propios ha sido un aventurón. Pero con esta historia de repente he vuelto a contar yo; y cuento cosas más cercanas. Hay días que me siento muy Rosa, otros no tanto.
P - Y la industria, ¿ha cambiado?
R - He tenido siempre la sensación de que la ambición de las películas crece porque nuestras películas se estrenan en Europa, pero salen junto a otras que tienen un cero más de presupuesto. Si yo trabajo con dos millones, ellos lo hacen con veinte. La exigencia es cada vez mayor y los fondos no lo son. Esa es mi sensación, que hacemos mucho con poco. Ahora, con los tiempos que vienen, no voy a decir nada porque nos tocará a todos apretarnos el cinturón. Creo que tenemos un nivel de técnicos alucinante de bueno; de hecho, muchos trabajan fuera porque valen mucho. Pero no acompaña el tejido industrial. Echo de menos tener un poco más de tiempo, no ir tan ahogados. En lo que sí hemos evolucionado es que cada vez hay más técnicas. Es algo que se ha apoyado y finalmente está cambiando.
P - Después de este 2020, ¿hacia dónde vamos?
R - Estoy yo igual de perdida que el resto. Creo que lo que más hay es incertidumbre en este momento. Me da mucho miedo y mucha pena porque creo que va a haber un problema económico brutal. Lo vamos a pagar muy caro todo. En lo único en lo que nos podemos apoyar es en que es colectivo, aunque no es ningún consuelo. Vamos a ver hasta dónde pueden llegar las ayudas, hasta dónde puede empezar la vida. Pero creo que vamos a convivir con esto tiempo así que intentemos priorizar lo importante y normalizar la situación. A mí me parece muy importante la vuelta al colegio. También lo que tienes cerca lo ves más, pero es muy grave que los niños no puedan seguir no solo aprendiendo, socializando. Los profesores están haciendo una labor espectacular. Hay cosas que veremos a ver... Ojalá… No lo sé. Son tiempos muy inciertos. Pero no hay que olvidar que la Cultura nos ha salvado de tanto durante tantas horas.