Después de haberse negado a crear con Rusia un estado unitario y de acusar a Moscú de haber enviado mercenarios a Minsk para desestabilizar la situación en la víspera de las elecciones presidenciales del pasado domingo, el desolado presidente bielorruso, Alexánder Lukashenko, más solo que nunca y acorralado por unas protestas en las calles que no cesan, no se le ha ocurrido mejor idea que recurrir a Vladímir Putin para que le ayude a salir del entuerto.
Lukashenko habló ayer con Putin por teléfono sobre la situación en su país y, aunque no se ha dado a conocer mucho del contenido de la conversación, la información oficial difundida por el Kremlin señalaba que en Moscú confían en «una solución rápida» de la crisis y que ambos dirigentes acordaron «reforzar» su vínculos. «Lo principal es que estos problemas no sean aprovechados por fuerzas destructivas que tratan de perjudicar la cooperación de los dos países dentro del Estado Unido», concluía la nota de prensa de la Presidencia rusa.
Pero Lukashenko, citado por la agencia BelTA, afirmó que su homólogo ruso le ha prometido que, en caso de solicitarlo, «garantizará la seguridad de Bielorrusia», frase que en medios opositores se ha acogido con cierto temor. Hay quien interpreta que, llegado el momento, Rusia podría desplegar algún tipo de efectivos en Bielorrusia para acabar con las protestas. La politóloga rusa, Lilia Shevtsova, sin embargo, duda que en Moscú se vayan a aventurar a hacer algo así con una población bielorrusa eufórica y levantada contra el poder tras años de injusticias y autoritarismo.
Poco antes de llamar a Moscú, el dictador bielorruso aseguró que hay un complot internacional en marcha contra su país y Rusia. Dijo que esa «injerencia exterior» pretende organizar una «revolución de color», en alusión a las revueltas habidas en las últimas décadas en Georgia, Ucrania y otros países. Lukashenko rechazó además la propuesta de mediación lanzada por Polonia y las tres repúblicas bálticas.
Mientras, las movilizaciones continúan por todo el país en demanda de una nuevas elecciones y del cese de la represión. Cada día son más los colectivos de trabajadores que se unen a las acciones de protesta y de personajes famosos como ya lo ha hecho la escritora bielorrusa y premio Nobel de literatura, Svetlana Alexiévich, denunciando que «el poder está empujando a su propio pueblo a una guerra» y exigiendo el cese de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad. También se multiplican por todo el país las cadenas humanas en un momento en el que la represión policial parece tender a remitir y disminuye el número de detenidos.
La cadena norteamericana Bloomberg, ampliamente citada por los medios de comunicación rusos, aseguró ayer que personas del entorno de Lukashenko «hicieron averiguaciones» con funcionarios del Kremlin sobre su posible traslado a Rusia en caso de que la situación se complique más en Bielorrusia. Según Bloomberg, las autoridades rusas consideran que el actual presidente bielorruso dejará de serlo «pronto».
Por su parte, el senador ruso, Frants Klintsévich, descartó ayer que Moscú pueda aprovechar la actual situación en Bielorrusia y la debilidad de Lukashenko para llevar a cabo «un escenario como el de Crimea», queriendo dar a entender que Rusia no se anexionará ningún territorio bielorruso. Según Klintsévich, la política actual de Moscú hacia Minsk «es muy equilibrada y cautelosa» e hizo también referencia a la necesidad de preservar el «Estado Unido», proyecto que Lukashenko parecía ya haber desechado y que obligó a Putin a modificar la Constitución rusa para eternizarse en el poder. De esta manera, parece evidente que el precio que va a tener que pagar el dictador bielorruso para salvar los trastos va a ser volver al regazo de Putin y aceptar la existencia de ese «Estado Unido».
Así piensan prestigiosos politólogos como Dmitri Oreshkin y Shevtsova. El primero dijo ayer a la radio Eco de Moscú que «a Lukashenko le va a tocar compartir el poder en su país con Putin». Shevtsova, por su parte, subraya el hecho de que el presidente bielorruso «ha coqueteado con Occidente» y, tras perder su apoyo por manipular el resultado de los comicios y hacerse acreedor de sanciones por parte de la Unión Europea, «carece ya de margen de maniobra y no le queda otra salida que echarse en los brazos de Putin». A su juicio, «Lukashenko ha perdido la partida». El presidente bielorruso efectuó ayer una visita al Estado Mayor del Ejército de su país, en un intento de palpar los ánimos en el seno de la cúpula militar.