La información sobre los nuevos brotes llega, en las últimas semanas, en forma de goteo constante. Se difunden con frecuencia los datos de PCR positivos como si representasen enfermos graves, y se comparan con los del pico de la pandemia acompañados de detalles escabrosos más o menos anecdóticos, del tipo «Paciente de 35 años y sin patologías previas ingresado en la UCI». Sin embargo, aunque el número de positivos diarios se parezca al del pasado mayo, su lectura es muy diferente.
El mayor número de positivos se debe al uso exhaustivo de tests y al rastreo de contactos. Por fin, algunas autonomías disponen de rastreadores para generar datos epidemiológicos reales y actualizados que son los que deben definir la estrategia a seguir por los correspondientes responsables. Se trata ahora de mantener los rebrotes en un nivel epidémico donde el sistema sanitario pueda hacer frente a la emergencia.
Esta diferencia en los datos se vuelve evidente al examinarlos en detalle. Según el Ministerio de Sanidad, en la semana que termina el 5 de agosto, sólo el 3.47% de los diagnosticados positivos necesitan ser tratados o ingresados en hospital; es decir, alrededor del 96% son asintomáticos o leves. Sólo en torno a dos enfermos de cada mil necesitan cuidados intensivos; y uno de cada mil fallece a causa de esa enfermedad. La última semana se saldó con 25 fallecidos. Es fácil olvidar las cifras de la segunda quincena de marzo y la primera de abril. Llegaron a morir más de 900 pacientes diarios por coronavirus; estos días tenemos alrededor de tres fallecidos al día. Es vital compartir las estadísticas en su totalidad, incluyendo no sólo los números de positivos sino los indicadores de gravedad que podrían darnos una perspectiva más realista de la evolución de la pandemia. A esto hay que unir la esperanza fundada de una vacuna que podría llegar más pronto que tarde.
Sabemos que estas noticias no son suficientes para relajarnos y que mantener la pandemia bajo control no será ni mucho menos fácil. Tenemos motivos para continuar alerta. Sin embargo, esta alerta debería venir de la prudencia y no del miedo.
Hemos pasado de negar la efectividad de las mascarillas a que sean obligatorias incluso en caminos rurales (sí, en muchas autonomías ahora es obligatorio llevar mascarilla para caminar por el campo). Es necesario explicar con transparencia los motivos tras las decisiones, sus consecuencias, los datos que le subyacen. En vez de eso, nos dejamos llevar por el miedo.
España se ha llenado de ancianos atemorizados que ni siquiera son visitados por sus familiares más cercanos. Ancianos a los que sus hijos les prohíben salir a la calle, por miedo, y que no ven a sus nietos (a veces ni siquiera con mascarilla), por miedo. Se bromea sobre el síndrome de la cabaña (miedo a salir de casa), pero algunos están hablando ya de una segunda emergencia sanitaria relacionada con el Covid – la de la depresión y la ansiedad que a muchos se les están haciendo insoportables.
Necesitamos información, confianza y contacto. Algunos expertos han comenzado a pedir que vuelvan los abrazos, que son tan necesarios para nuestro bienestar y que, con algunas precauciones (con mascarilla, evitando exhalar y sin tocar la cara), no representan un riesgo para la población normal. Nos encontramos en una situación sin sentido, en la que muchos se aíslan de sus propias familias, y otros comparten bebidas en discotecas abarrotadas. Hoy sabemos bien que los reservorios principales de la cadena epidemiológica son los jóvenes que no cumplen el mínimo de precauciones preventivas y es sobre ellos sobre los que hay que insistir en la responsabilidad que tienen en el control de los rebrotes.
Además, el miedo polariza: muchos se quedan paralizados, pero otros se rebelan. Si no cambiamos nuestra estrategia, los movimientos negacionistas continuarán creciendo, y podrían dificultar aún más la salida de la crisis.
Podríamos tener una vacuna en los próximos meses. Sin embargo, tanto si la pandemia termina pronto como si se prolonga, es vital encontrar estrategias de afrontamiento en los que la prudencia prime sobre el miedo. La transparencia, la prudencia, la responsabilidad y el sentido común nos pueden ayudar a salir de esta crisis. El miedo, no.
Sara Lumbreras, Universidad Pontificia de Comillas
Joaquín Fernández-Crehuet, Universidad de Málaga
Lluis Oviedo, Universidad Pontificia Antonianum (Roma)