Me gustan los ingleses, ya desde niño. Me agrada su humor de doble sentido. Su respeto liberal por los derechos del individuo, con su democracia pionera. Su pátina de educación, con todos esos «sorry» hasta en la sopa, que aunque sean un poco hipocritillas hacen la vida más agradable, al igual que el modo casi automático en que se ordenan ante una cola. También me atrae su aprecio por los excéntricos, su música y Chesterton, Shakespeare y John Le Carré. Por supuesto valoro su acusado sentido práctico, que hizo que Napoleón los despreciase como «una nación de tenderos», sin saber que en realidad los estaba elogiando, pues un comerciante es una persona cabal, que tiene los pies en el suelo...
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