—Usted me arruinó la infancia.
—Intentaba cumplir con lo mío.
—Y encima era tan bueno y tenía tanta clase y era tan educado que no podíamos ni odiarle.
—Me sentí siempre respetado y espero que sintierais que yo siempre os respeté. El Barça es un gran club.
—Don perfecto.
—Mis hijos me dicen que soy aburrido y que tendría que ser más flexible.
—No saben con quién están hablando.
—Yo soy muy riguroso. Y les digo que mientras estén en casa, tienen que cumplir.
—¿Puede todo tener una lógica?
—Mi fútbol no tenía lógica. Se basaba en la intuición, en la inspiración. En el campo nunca sabía qué iba a pasar.
—Y se venga del caos en la vida.
—Intento controlar aunque hay mucho que se me escapa. Pero sí, me gusta ser previsible, disciplinado.
—Nunca le vi una arrogancia ni un gesto feo en el Camp Nou.
—Fui a un colegio religioso y los valores de respeto estaban muy claros.
—Su gran colegio fue la perfumería de su padre.
—Mi padre tenía una perfumería y yo de pequeño iba a ayudarle cuando terminaba los deberes.
—Hasta en esto perfecto.
—Martín Vázquez y Míchel se reían de mí en el vestuario y cuando alguien me elogiaba por estas cosas decían: «No te conocen».
—Primero cuénteme lo de la perfumería. Futbolistas hay muchos.
—Allí aprendí algo fundamental, que es a respetar al cliente. Es decir a todo el mundo, a todas las personas con independencia de su rango o posición. Fue un aprendizaje que me ha servido de mucho.
—Daniel Écija, uno de los creadores de «Médico de Familia», decía siempre que el personaje de Emilio Aragón era un vivo retrato de usted.
—Soy estricto, mi deber es inculcar unos valores y unos hábitos a mis hijos.
—¿Qué perfume le gustaba?
—Nada, en casa del herrero. Recuerdo que el que más vendíamos era el Loewe de caballero. Las tardes que tenía una cita o algo especial a veces me echaba un poco.
—¿En serio que sus compañeros se reían de su formalidad?
—Había un poco de todo. Éramos muy jóvenes. Míchel y yo teníamos 20 años. Pardeza, Martín Vázquez y Sanchís tenían 18. Estábamos en el Castilla, que entonces jugaba sus partidos en el Bernabéu. Imagínate lo que todo aquello significaba para nosotros, que éramos unos críos.
—Duró poco.
—La verdad es que sí, porque en seguida nos subieron al primer equipo, y empezamos a jugar con leyendas como Santillana, Juanito o Camacho.
—¿Qué le enseñaron?
—A salir al Bernabéu, a defender la historia.
— «Salir al Bernabéu» no es cualquier cosa.
—Hace falta una mentalidad ganadora muy concreta. Responder todos los partidos. El nivel técnico no basta. Ganar siempre es una actitud. El Bernabéu es un paraíso. Pero también la máxima exigencia.
—Santiago Bernabéu les decía a sus jugadores que acudieran con utilitarios al estadio. ¿No hay una cierta fanfarronería en los jugadores de hoy?
—Son épocas distintas y cada uno lleva su vida como quiere. Yo soy prudente.
—No me había dado cuenta.
—¡No te rías de mí! Nunca me gustó llamar la atención.
—Y supongo que por eso se hizo delantero del Real Madrid, ¿no?
—Yo quería jugar, ser titular, marcar, y luego desaparecer.
—Y en lugar de desaparecer, se nos apareció su virilidad a todos.
—Fue contra el Español. Una contra rapidísima. Yo creo que el fotógrafo no se dio cuenta de lo que tenía hasta que reveló la secuencia entera de fotografías.
—Ha de ser curioso verse así en los periódicos siendo usted tan discreto.
—Lo tomé con naturalidad. Algo del juego. Pero fue curioso, sí.
—Su jugador del Barça.
—Johan.
—¿Por qué?
—Por la sorpresa. Me gusta la sorpresa. Lo previsible me agrada menos,
—¡Don Emilio, que se me cae la entrevista!
—Digo en el fútbol. Yo vi a Cruyff en el Mundial 74 y quedé impresionado.
—Nos lo quedamos nosotros.
—Pero fue siempre muy cariñoso conmigo.
—Y luego está lo de Ponce, claro.
—Nunca opino de la intimidad de los demás. De verdad. Y yo además a Ponce le tengo un gran respeto.
—Tiene dos niñas de 26 y 18 y un chico de 25. ¿La adolescencia existe?
—Totalmente. Y ahora lo que me pasa es que la pequeña saca provecho de lo aprendido de los mayores. Busca rincones por donde peda escapar.
—Como usted hacía.
—Sí, pero sólo en el campo
—¿Le cuelan muchos goles?
—Intento que no muchos, pero a veces tienen el apoyo de su madre, que no es tan estricta.
—¿Y cómo llevó el primer novio de la mayor?
—Pues qué vas a hacer. Cuando quise darme cuenta, mi esposa lo había organizado todo. Cuando te pase, sonríe.
—Yo tenía pensado matarlo, ya que lo menciona. Por lo menos al primero.
—Es inevitable, Salvador. Relájate, créeme. Te irá mejor.
Conteste en dólares
—Si le regalara un millón.
—No tengo una respuesta a esta pregunta.
—Si le regalara 10.
—Aún peor.
—Si pudiera ser invisible unas horas, ¿qué le gustaría ver sin ser visto?
—No soy nada chismoso, no me sentiría bien colándome en ninguna parte.
—Si pudiera viajar a otra era.
—Me gusta mucho el arte, la pintura. Me gusatría conocer a Miguel Ángel y a Leonardo.
—El aperitivo que toma con un amigo al final de un duro día ganado.
—Una tapa de ensaladilla rusa si es muy buena.
—¿Y para beber?
—Te voy a decepcionar: agua.
—¿Con gas?
—Sin. Ya. Lo siento.