El trabajador por cuenta propia José Miguel Alba, titular de un taller de reparación de motores de arranque y alternadores en 19 y 6 en el municipio habanero de Plaza de la Revolución ha protagonizado una de las historias humanas que asmbran en estos días de pandemia
Historias de solidaridad, por suerte, no son pocas en estos tiempos en los que la vida nos ha cambiado con la rápida expansión de la COVID-19. Cuba ha tenido muchos ejemplos de altruismo a lo largo de su historia, en su propio territorio y fuera de él, en medio de circunstancias adversas, pero no dejan de asombrar algunas en la actualidad, sobre todo cuando no existe ningún interés de lucro y solo prima el deseo de servir a la humanidad.
Así, con el deseo de contribuir desde su escenario a la extraordinaria labor que realizan los profesionales de la Salud en el país con la dinámica impuesta por la presencia del nuevo coronavirus, se suma a las iniciativas de solidaridad ya vividas el trabajador por cuenta propia José Miguel Alba, titular de un taller de reparación de motores de arranque y alternadores en 19 y 6 en el municipio habanero de Plaza de la Revolución.
«Con esta situación preferimos detener nuestra actividad diaria de trabajo; sin embargo, estamos dispuestos a apoyar con nuestro taller a quienes se mantienen laborando para garantizar la seguridad sanitaria del país y salvan las vidas de los que se enferman: a los trabajadores de la Salud Pública.
«Con algunos de mis trabajadores con los que puedo establecer un cronograma para alternar su presencia, ofrecemos los servicios de manera gratuita para reparar los vehículos que requieran este tipo de intervención, pertenecientes a Salud Pública, pues este sector está en la primera línea del enfrentamiento a la enfermedad», afirma José Miguel.
También Elizabeth Rodríguez Cabalé, vecina de 84 y 5ta. A, en el municipio capitalino de Playa, la existencia de la COVID-19 la motivó a confeccionar nasobucos para regalar. A ella nunca le falta trabajo, y sus manos y las de su familia se unen en el empeño por «construir» diseños en telas diversas, remodelar algunas piezas textiles y desplegar la creatividad con tijeras, agujas e hilos en su máquina de coser como medio de vida.
«Comencé a confeccionar los primeros nasobucos con mis propias telas y se los regalé en primera instancia al bodeguero, al carnicero, a algunos vecinos… a falta de tela ahora solo pido que quien quiera tenerlos, venga a la casa con los recortes que tengan. Hasta ahora puedo decirte que he hecho 580 nasobucos, ahí estan los de Marino Luzardo, los de Ismael de la Caridad, son muchos y ¡los voy contando!
«Ofrezco mi tiempo y el de mi familia para hacerlos porque comprendo la importancia de usarlo y quiero colaborar desde mi casa para que todos lo portemos en la calle. Quien no sepa coser o no tenga máquina de coser o no tenga tiempo para hacerlo, puede encontrar en mi casa la solución», apunta.
Se une Elizabeth a la iniciativa de otras familias que han contribuido a que todos a su alrededor dispongan de este medio de protección. Con ello demuestra que, en contextos tan hostiles como este, emerge la bondad en muchas personas.
Y así también se escriben páginas de heroísmo… Cuando comprendemos que las necesidades de los otros tienen un valor inmenso porque todos formamos parte del mismo ciclo de supervivencia. El dinero no compra ciertas cosas, ni las fabrica. Regalar, donar, dar… Eso marca la diferencia.