Me siento frente a la ventana y pienso en el libre albedrío. Es una cualidad maravillosa. Es lo que diferencia al hombre del animal, para empezar. Usted no diría que un tiburón es malo sólo porque se acaba de zampar vivo a un incauto bañista, ¿verdad? Es lo que su naturaleza le pedía. Tampoco sentaría ante un tribunal a un león del zoo si un pobre cuidador acabara en la panza del bicho. No tendría sentido. El animal carece de moral, porque carece de libre albedrío. El libre albedrío dota de esplendor o de sombras a las vidas de los seres humanos. Las decisiones que tomamos, cuando son correctas, producen luz a nuestro alrededor. Cuando somos incapaces de tomar el camino correcto, bien porque escojamos mal o porque nuestro libre albedrío esté impedido, sólo hay oscuridad. Esto es así porque nada surge de la nada, y al escoger con libre albedrío en el pasado, se determina un destino presente. Me siento frente a una ventana y miro a una calle a la que no puedo salir, y pienso en todo lo anterior.