El pasado domingo, 19 de abril, debería haberse celebrado en Japón la ceremonia en la que Fumihito, conocido como Príncipe Akishino, sería designado heredero. Una cita que la Casa Imperial ha tratado de mantener a flote a pesar de la crisis del coronavirus, pero que, a pesar de no tratarse de uno de los países más afectados por la pandemia, se han visto obligados a cancelar. Hasta 750 asistentes se esperaban en esta ceremonia que, cuando se celebre, supondrá el portazo a toda esperanza de ver reinar a una emperatriz en Japón.
Para entender la actual situación del Trono de Crisantemo habría que remontarse a diciembre de 2017, cuando la Dieta Nacional, el órgano legislativo del país, hizo posible, mediante la aprobación del marco legal necesario, la abdicación del por entonces emperador, Akihito, la primera en cerca de 200 años. Tras su inusual retirada, motivada por su avanzada edad y deteriorado estado de salud, se abría un horizonte de posibilidades que planteaba una gran incógnita, puesto que los dos únicos varones en la línea de sucesión eran sus dos hijos, los Príncipes Naruhito y Fumihito.
El mayor de ellos, Naruhito, sin embargo, solamente tiene descendencia femenina, su hija Aiko, de 18 años, por lo que, o se procedía a la abolición de la ley sálica para permitirle ser emperatriz o renunciaban al sistema imperial. Y aunque durante años la esperanza de la primera posibilidad ha sobrevolado a la Familia Imperial, el nacimiento en octubre de 2006 de un hijo varón fruto del matrimonio de Fumihito con su mujer, la Princesa Kiko, prácticamente fulminó dicho escenario. Así, a pesar de que Naruhito fuera entronizado como emperador de Japón en octubre de 2019, Fumihito ejerce «de facto» como sucesor desde ese momento.
La importancia de la ceremonia de entronización del Príncipe Akishino, cancelada provisionalmente por las circunstancias de emergencia sanitaria, reside en el hecho de que supone el final de la sucesión imperial. Para la ocasión, además, ha sido necesario cambiarle el nombre a Rikkoshi-no-Rei, ya que la anterior estaba pensada para el hijo mayor del emperador como protagonista.
Actualmente, todas las miradas están puestas en el hijo del Fumihito, el Príncipe Hisahito, de 13 años, que está llamado a ser el futuro emperador de Japón. No obstante, el futuro de la dinastía imperial sigue en peligro, puesto que solamente existen cinco varones en la familia y dos de ellos, -el antiguo emperador Akihito, y su hermano, Masahito- son octogenarios. Todo el peso recae en este joven adolescente, que es el único que, de engendrar un varón, garantizaría la supervivencia, al menos una generación más, del sistema imperial.
Una de las opciones que se barajan para evitar su desaparición -improbable abolición de la ley sálica aparte- sería permitir que las princesas, en este caso Aiko, hija de Naruhito y Masako, y sus primas, Mako y Kako, hijas de Fumihito y la Princesa Kiko, hermanas del Hishaito, no pierdan sus títulos al casarse con plebeyos. Así, aunque no lleguen a ser emperatrices, sus hijos sí tendrían derecho a los títulos de sucesión. Por otro lado, con el fin de conseguir más herederos varones, otra parte de la sociedad plantea que se devuelva a las ramas secundarias el estatus imperial que perdieron con la entrada en vigor de la Constitución de 1947 impuesta por Estados Unidos.
Por el momento, lo único que está claro es el inminente nombramiento de Fumihito como nuevo emperador tan pronto como sea posible.