Le hostigaron cuanto quisieron. Por inexperto, por buena gente, por suertudo, ¡por no saber de fútbol! Dijeron que lo suyo era flor, fortuna pasajera o aura de tipo chévere, apaciguador de egos y simpático a los ojos de la prensa. Le adjudicaron incluso un calificativo casi burlesco: el alineador. Nunca cayó bien en el seno de una parte de los seguidores del fútbol.