José Estrañi y Grau tiene calle a su nombre y un monumento en Santander, donde estos días se aviva su recuerdo en vísperas del centenario de su muerte, que se cumplirá el domingo 29 de diciembre. La ciudad cántabra ha reconocido al que fue el primer presidente de la Asociación de la Prensa de esa provincia por su contribución al progreso de la tierra que defendía con uñas y dientes -y con mucha ironía- desde las páginas de La Voz Montañesa y El Cantábrico. Mucho menos conocidos son sus primeros pasos en el mundo del periodismo en León y Valladolid, donde se forjó también su vocación literaria y un carácter jocoso que le llevó a convertirse en un incansable promotor de la prensa satírica de la época.
Nacido «accidentalmente» en Albacete en 1840, «de padres pobres, pero catalanes», el destino laboral de su progenitor en la empresa de diligencias Postas Generales llevó a Estrañi a León con siete años. En su Autobiografía humorística, publicada al final de su vida, recuerda los tiempos en la escuela primaria y los estudios de latín en la capital leonesa, de donde salió hacia Oviedo para cursar Matemáticas y a la que regresó dos años después tras confirmar que los números no eran lo suyo.
Antes de cumplir 20 años fundó en León su primer satírico, «El mirlo», «para poner en solfa a los alcaldes»
De nuevo en León, entró como secretario de redacción en el semanario liberal El Esla. «En ese periódico fue donde puede decirse que empecé a escribir gacetillas en verso y prosa y donde ya me orienté en el campo político», escribe en su libro de memorias; una orientación progresista, republicana y laica que, con el tiempo (ya en Santander) le acarrearía más de un problema, incluida la excomunión y hasta condena de prisión por escribir sobre una peregrinación a un convento dando rienda suelta a su «espíritu humorístico».
Tras un intento frustrado de labrarse un futuro en Madrid, regresó de nuevo a la capital leonesa y ejerció como aprendiz de cajista en El Anunciador (después El Porvenir), para fundar más tarde su primer periódico «festivo»: El Mirlo, «que cantaba en la mano y se publicaba todos los días del año, excepto los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábados de cada semana». No había cumplido aún los veinte años y ya apuntaba maneras en su empeño de «poner en solfa a los alcaldes, así en prosa como en verso».
Cuando en 1960 se trasladó a Valladolid para trabajar en el economato del ferrocarril del Norte, y después en la fábrica de gas como contable, hizo sus pinitos en el mundillo del teatro aficionado, sin dejar de lado sus colaboraciones satíricas; «chirigotas», decía él.
En los quince años que vivió en Valladolid fundó varias cabeceras, siempre críticas con el poder y fruto del ingenio para escapar a la censura indirecta de los impuestos. La Murga, El Trueno Gordo, El Mirlo, El Mochuelo, Mefistófeles, La Garduña, La Mar... llevaban el sello de Estrañi. Títulos efímeros, tanto que nacían y morían en el mismo número, por razones que explicó su fundador:
«Ya dentro de la época de la Restauración, molestado el Gobernador por las críticas que se hacían de sus actos y de los del Gobierno y no teniendo facultades para suspender ni para suprimir el periódico, se valió de un decreto que regía entonces para que los periódicos semanales pagaran, no recuerdo qué cantidad de contribución, y nos exigió el pago correspondiente con la amenaza de ordenar la supresión del periódico, si no lo hacíamos.
En Valladolid lanzaba semanarios de un solo número para evitar la censura indirecta vía impuestos
»Se publicaba entonces El Mirlo, y como no teníamos dinero, ni quien nos lo diera, para pagar la contribución, discurrimos anunciar al público, con letras muy visibles al final de la cuarta plana, lo siguiente: ‘Con este número cesa la publicación de El Mirlo. Sabemos que el próximo domingo se publicará El Mochuelo’.
»Publicábase un número de éste y se anunciaba al final que era el último, pero que teníamos noticias de que el domingo inmediato aparecería El Gorrión».
El azote de Estrañi se camuflaba así bajo distintos nombres y aquellas publicaciones, flor de un día, no podían considerarse más que hojas sueltas, exentas de tasas.
Por encargo o por los cinco duros que le pagaba un librero, Estrañi también escribió varias comedias teatrales que despachaba «en dos o tres noches cada una» cuando perdió su empleo en la fábrica de gas. Él mismo quita hierro a esta faceta suya en su ‘Autobiografía humorística’: «No se llegaron a estrenar porque eran irrepresentables de puro malas. Digo, miento; se representó una en el teatro Lope de Vega y me la patearon horrorosamente con justicia».
En diciembre de 1876, publicaba en La Mar Azul un artículo que algún descontento hizo llegar al ministro de Gobernación Romero Robledo, quien ordenó su detención. La mediación de un amigo, el político José Muro, evitó que la cosa fuese a más, pero aceleró la salida de José Estrañi hacia Santander, donde comenzó una nueva etapa en La Voz Montañesa. Lo que no abandonaría sería ese espíritu crítico que le acarrearía «denuncias frecuentes por atrevimientos de pluma».
