Ojalá que en 2020 hagamos un esfuerzo, como personas y como sociedad, para entender mejor. Que tengamos la inteligencia emocional suficiente para comprender que los tribalismos no nos llevan a nada bueno, ni como grupo, ni como individuos. Que seamos capaces de analizar la historia para, con mirada genuina, evitar la tentación de descartar estrategias exitosas solo por su origen ideológico o político, y usar nuestras energías para corregir los caminos errados, aunque en su momento hayan estado cercanos a nuestros propios puntos de vista. Que la prioridad no sea “tener la razón” sino buscar la verdad.
Ojalá veamos a los hechos, la realidad, tal como son. Porque para poder cambiar hay que entender, realmente entender. Que tengamos la fuerza para vivir cada momento. Que podamos planear a futuro sin detrimento del presente, y que podamos gozar el presente sin detrimento del futuro. Y que, en ese sentido, el pasado sea una guía y no un yugo. Que dejemos a un lado la mirada que constantemente juzga para mejor cultivar la que comprende y coadyuva. Que ejerzamos nuestro derecho social de protesta pero siempre pensando en “libertad para” y no en “libertad de”. Que nuestros propósitos tengan un sentido, un rumbo. Que nuestras intenciones sean lo más empáticas posible.
Ojalá que verdaderamente comprendamos que vivimos en un mundo con muchas cosmovisiones, por lo que no hay de otra: tenemos que ponernos de acuerdo. Que la imposición de una u otra forma de hacer las cosas, siempre termina mal. Que debemos ceder siempre en algo. Que hay que conceder a veces que otros tuvieron razón, y que podemos también exigir, sin fuertes aversiones, cuando vemos el error. Que elevemos el nivel de conversación, vaya.
APUNTE SPIRITUALIS. Pero ojalá que no busquemos la perfección, porque no existe. Que mejor busquemos la plenitud. La nuestra y la de los demás. Que comprendamos que la sociedad ideal es la que incluye y no la que excluye, a sabiendas de que podemos equivocarnos, y de que podemos corregir. Ojalá.
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